La nadadora británica Anna Wardley nunca olvidará lo padecido el pasado jueves en su intento de unir a nado los 37 km que separan Mallorca de Menorca.
Wardley llevaba once horas en el agua y un considerable tramo recorrido cuando tuvo que abandonar la travesía y ser rescatada por la embarcación que le daba asistencia. Había recibido «cientos» de picaduras de medusas, algo que la hizo entrar en shock, tener convulsiones y dificultad para respirar, además de perder la sensibilidad del brazo derecho.
La deportista, de 40 años y con una dilatada experiencia, no tenía ninguna protección extra, más allá del traje de baño, un gorro y unas gafas de natación, el equipamiento que marcan las estrictas directrices de la Channel Swimming Association.
Según describen los testigos, con la escasa luz apenas se diferenciaba el «mar de medusas» de la verdadera agua marina, y la última media hora en el agua la pasó con temblores que incluso le impedían beber la bebida energética que intentaban administrarle.
«Si quisieras hacerte una imagen de lo que puede ser el infierno, yo puedo afirmar haber estado en él. Recuerdo las olas cruzadas lanzando medusas contra mí en la oscuridad, picándome y produciéndome un dolor extremo por todo mi cuerpo. Tengo picaduras encima de capas de picaduras, que están encima de más picaduras».
Una lancha salvavidas se ocupó de llevar a la nadadora a tierra firme, y ya en el puerto de Ciutadella una ambulancia la esperaba para trasladarla al hospital. En estos momentos, la británica sigue recuperándose de la accidentada travesía, aunque no descarta emprenderla de nuevo.
Cabe destacar que esta aventura tiene fines solidarios, pues Wardley pretendía ayudar a tres organizaciones caritativas recaudando fondos para sus proyectos.