El enorme sector crítico del PP, movilizado para que José Ramón Bauzá deje la presidencia antes del próximo día 15 se da golpes en la cabeza para intentar comprender «tanto empecinamiento» en mantenerse el poder del partido «hasta el último minuto posible».
Ahora las miradas se dirigen a la sede central del partido, situada en la calle Palau Reial, casi pegada al Parlament. Esta sede de varios pisos ya es conocida como «El Castillo», por su inaccesibilidad para el conjunto del PP (que ayuda a mantenerla) y por el control férreo que está siendo sometida. Hay mucho run-run en la Part Forana y entre los críticos de Palma sobre el funcionamiento de «El Castillo», que se ha incrementado esta semana con el despido de uno de sus empleados, Josep Vallori.
En realidad, la mayoría de trabajadores del PP están adscritos al Grupo Parlamentario y cobran sueldo público aunque trabajan normalmente para el partido. Esta es una práctica común a todas las formaciones, lo cual les permite mantener un aparato. El problema en el PP actual es quién controla este aparato ahora que el presidente ha dicho que se va en cuestión de días. Además, la derrota electoral del 24-M supuso que las diez plazas disponibles para aparatichis hayan quedado reducidas a seis. Sin embargo, estos elegidos son gente o bien rodriguista (Palma) o muy adictos a Bauzá. «¿A qué viene revalidar el aparato si Bauzá se va muy pronto?», se preguntan sectores regionalistas, aún boquiabiertos por el empecinamiento de José Ramón en seguir adelante.
Desde que ganó las elecciones del 2011 Bauzá hizo movimientos claros para controlar «El Castillo» de manera total y absoluta. Por un lado ascendió a gerente del PP a Lorenzo García Moll, hasta entonces contable desde los años noventa. Moll siempre había tenido al gerente y al presidente del PP por encima de él, pero con Bauzá paso a controlarlo todo con la única dependencia hacia Bauzá. «Los dos son los que han tomado las decisiones monetarias los últimos años sin ser fiscalizados», afirman fuentes regionalistas.
Dar el poder a Moll poco después de la victoria de Bauzá produjo «cambios» en la sede. Fueron despedidos tres empleados históricos, María Jordi, Berto Ribas, Conchi Villamil. Dos de ellos cobraban del Grupo Parlamentario, pero la tercera era empleada estricta del partido. «Se llevó una gran sorpresa cuando la echaron», comentan fuentes regionalistas, que apuntan: «Tal es el poder que tiene Bauzá dentro de la sede central que a nadie debe extrañar que no haya manera de sacarlo ni con calzador». Por su parte, García Moll, que es «como una tumba de callado» debe su actual poder interno a Bauzá.
Hay mucha curiosidad por saber si alguna de las más famosas frases de Bauzá cuando presentó el código ético hace cuatro años «se han cumplido en realidad». Por ejemplo: «el PP no pagará comidas superiores a 20 euros por comensal», o frases parecidas «de cara a la galería».
Tomar el poder no es sólo una cuestión formal de imagen hacia los medios de comunicación o asistir a las juntas locales de los pueblos, también implica hacerse cargo de las tripas, los números y los libros de contabilidad. Y aquí, de momento, quienes siguen mandando «son Bauzá y su puñado de fieles».