No eran ni la una del mediodía, y la calle de Santa Clara ya estaba llena. La ocasión lo merecía. Estaba a punto de dar inicio la fiesta más grande. A la una en punto abrieron las puertas de Cas Baró y de golpe entraron decenas de 'ciutadellencs' que querían ver de cerca el primer toc de fabiol.
Los minutos pasaban y en el exterior de Ca'l Caixer Senyor ya no cabía un hilo. Había ganas de fiesta. Los cánticos sanjuaneros eran constantes. «Sí, sí, sí Sant Joan es viu així», se escuchaban minutos antes de que llegara el fabioler, Sebastià Salort.
Faltaban tres minutos para las dos, cuando el fabioler apareció por Santa Clara. Le costaba avanzar debido a la multitud presente en Santa Clara. El asno se puso nervioso y con dificultad fue avanzando despacio. Sebastià se mostraba preocupado y no paraba de mirar el reloj. No quería llegar tarde. Y llegar a tiempo. Dejó el asno afuera de la casa señorial y entró a pie. Fue recibido con ovación. Se hizo el silencio. Sebastià Salort subió las escaleras y se sacó la guindola. Volvió a mirar la hora. Arriba estaba el Caixer Senyor, Borja Morgades de Olivar, que esperaba junto con su familia.
El noble cajero recibió a Sebastià, y le estrechó la mano. El fabioler tomó la palabra y pidió permiso para comenzar la fiesta: «Senyor Caixer, me donau vos permís per començar el replec». Borja Morgades contestó «Sí, Sebastià, ya puedes empezar». El fabioler le cogió la palabra: «Así lo haré», e inmediatamente hizo sonar el tambor y la pequeña flauta, y Ciutadella estalló, consciente que la fiesta ya había empezado.
El Caixer Senyor se dirigió hacia el fabioler, y le dio la mano. Sebastià salió de Cas Baró, para dar inicio al replec de Caixers i cavallers. La salida también fue difícil, aunque poco a poco se abrió camino. El jaleo volvió a invadir Santa Clara, al grito de «Ciutadella, Ciutadella,...».