Fue la despedida formal, el fin a una relación mantenida de manera ininterrumpida durante más de dos décadas en muchos casos. El gesto de agradecimiento del patrón con sus tripulantes. El rey don Juan Carlos entregó personalmente a cada uno de los integrantes de la tripulación del Fortuna la cruz y el diploma que les acredita como integrantes de la Orden de Isabel la Católica.
El acto –que tuvo el carácter de audiencia privada– tuvo como marco uno de los salones del Palau de Marivent y contó, también, con la presencia de la reina doña Sofía y culminó con un almuerzo. Los Reyes cumplieron con la tradición marinera en el adiós definitivo a las singladuras a bordo del Fortuna y quienes las hicieron posible. Han sido miles de jornadas en el mar en estrecha convivencia con todos los integrantes de la Familia Real que han navegado en los sucesivos yates de don Juan Carlos –el primero se remonta a 1976–, además, como es fácil suponer, con ilustres invitados. Reyes, presidentes del Gobierno, ministros, líderes mundiales, empresarios... encuentros sobre los que nunca se ha filtrado el más mínimo detalle, una lealtad inquebrantable que don Juan Carlos ha querido reconocer con la concesión de la distinción a los diez tripulantes de la embarcación.
‘Lealtad acrisolada'
El vigente reglamento de la Orden de Isabel la Católica detalla que ésta «tiene por objeto premiar aquellos comportamientos extraordinarios de carácter civil, realizados por personas españolas y extranjeras, que redunden en beneficio de la Nación o que contribuyan, de modo relevante, a favorecer las relaciones de amistad y cooperación de la Nación Española con el resto de la comunidad internacional».
El lema de la Orden es «a la lealtad acrisolada», tal y como figura en las distinciones oficiales aprobadas por el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, del que es titular José Manuel García-Margallo, departamento del que depende la concesión de estas distinciones en sus diferentes categorías, a propuesta, en este caso, del Rey.
La Orden de Isabel la Católica fue instituida por el rey Fernando VII en 1815 con la denominación de Real Orden Americana de Isabel la Católica «para premiar la lealtad acrisolada y los méritos contraídos en la prosperidad de aquellos territorios». El reglamento vigente fue aprobado mediante un decreto de 1998 firmado por el entonces ministro Abel Matutes.