Tras una noche muy larga, Maria Antònia Munar amanece a las siete y media. O es levantada a esa hora, porque lo más probable es que no haya pegado ojo. Ha pasado su primera noche en Enfermería, después de que in extremis se decidiera que no era procedente tenerla en Ingresos. La diferencia es considerable: en el primer departamento, en el que finalmente pasó la noche, sólo tiene una compañera de celda. Que además es su presa de apoyo. Se trata de una joven cuyo delito no es muy grave y que estos días se convertirá en la sombra de la expresidenta de UM. Por el bien de Maria Antònia, ya que los bajones anímicos en los presos primerizos son muy frecuentes.
Desayuna y a partir de ese momento recibe tres visitas internas: el trabajador social, el psicólogo y el educador. El médico ya la examinó el miércoles por la tarde. Los tres primeros le explican la dinámica carcelaria, que no es precisamente muy cambiante: toque diana a las 7,30 horas, comida a las 13.30 y cena a las 19.30. «Un horario muy guiri», bromea una fuente consultada. Maria Antònia, en cambio, no está para bromas. Sigue en estado de schock, aterrizando en la realidad presidiaria. Que es bastante tétrica. La palabra más repetida por los que la han visto entre rejas es «desconcertada». Como desubicada. Mantiene su porte digno, pero está muy tocada. A algún funcionario con el que ha cruzado unas palabras en sus escasas horas en prisión le resume su calvario: «La gente quiere vernos a Matas, a Urdangarín y a mi en la cárcel». Al mediodía la expolítica que ha sido todo en Mallorca recibe la única alegría del día: la visita de Miquel, su marido. Le acompaña José Antonio Choclán, el abogado de Maria Antònia, que estuvo misteriosamente desaparecido el día anterior, cuando la Audiencia la envió a la cárcel. Y luego regresa a la Enfermería. Durante un rato puede pasear por el patio, donde empieza a conocer a las 90 presas con las que compartirá sus próximos meses, como mínimo.