Javier Salinas vivió ayer, por primera vez como obispo de Mallorca, un Domingo de Ramos marcado por la tradición y los cambios que vive la Iglesia. En la homilía y ante los miles de fieles que abarrotaron la Catedral, Salinas reclamó para estos «difíciles» tiempos «justicia y corrección pero, al final, amor. Esto es, el esfuerzo del perdón».
Salinas comenzó a las diez de la mañana bendiciendo las ramas de olivo que se agolpaban en el Palau Episcopal. Poco después presidió la procesión del Domingo de Ramos en un pequeño recorrido que une la residencia episcopal y la Seu, donde celebró la tradicional misa de la Pasión.
Sant Josep Obrer
La celebración contó con la participación de los niños del coro de Sant Josep Obrer, tanto en la ceremonia de bendición de ralmas y ramos, en la procesión, como en el transcurso de la eucaristía.
El comienzo de los días que conducen a «la fiesta más grande de los cristianos» –arrancó el obispo en una vital y motivada intervención– tuvo como eje argumental la apelación al Año de la Fe de la Iglesia: «La fe es algo que no puede quedar en palabras», apuntó.
Con «la indignación y el sufrimiento se puede caer en la tentación de la violencia, no creer en nada ni en nadie». En este sentido, Salinas hizo una llamada a la humildad y a la esperanza: «La fe siempre pasará por la cruz y esta es la llave para entender esta celebración, el tránsito de la muerte a la vida».
La Catedral presentó su aspecto más austero, con la única nota de color que dejaron pasar los rosetones. Mirando a los fieles, en los laterales, se dispusieron las banderolas con las escenas de la Pasión, que el Viernes Santo adquirirán total protagonismo en la Seu. Desde los dos púlpitos de la Seu, uno de ellos situado bajo el tornaveu de Gaudí, los sacerdotes proclamaron las lecturas de Isaías, San Pablo y el Evangelio de San Lucas.
El relato que rememoró la entrada de Cristo en Jerusalén y, mucho más atrás en la historia, la salida del pueblo judío de Egipto. «Nuestra historia», dijo Salinas.