La Gran Logia Provincial de Balears cumple dos décadas y la masonería se dispone a salir a la calle «para normalizar las relaciones con la sociedad», en palabras del gran maestre, el médico Antoni Serra, quien admite que «se sigue pensando que hacemos cosas raras» fruto de la herencia provocada por la imagen distorsionada que generó la dictadura franquista.
Un piso de la calle Monterrey de Palma alberga la Gran Logia, el espacio en el que -en palabras del propio Serra- tienen lugar «los psicodramas», las reuniones de los masones mallorquines a las que acuden sus miembros ataviados con los correspondientes mandiles de diferentes colores y ornamentos, en función de su categoría -aprendiz, compañero o maestro- o línea de incorporación -la francesa o la alemana-.
«Nuestro objetivo final es ser mejores personas», apunta Serra tras una representación de una tenida que él dirige desde su Trono de Salomón. Una sucesión ordenada de rituales conforman los encuentros masónicos -la simbología es omnipresente, empezando por el suelo ajedrezado- «en los que tenemos prohibido hablar de política y religión», destaca el gran maestre.
Serra enfatiza que la masonería «trata de transmitir unos valores eternos y perdurables basados en la fraternidad, la tolerancia, las relaciones con la naturaleza, el número Fi -del que hay numerosos ejemplos en la catedral de Palma-... en definitiva, la belleza y la armonía».
Los masones tienen vetado el proselitismo, «pero la puerta para entrar es pequeña y grande para salir», apunta el gran maestre que considera que el principal reclamo para los nuevo adeptos «es la honradez y la eficacia en el trabajo. Nosotros no imponemos nunca nada».