Con un simple «lo siento, estamos muy mal; adiós y gracias», contesta una voz de mujer por el interfono de la casa familiar de Juan Manuel Morales, el joven que pretendió volar varios edificios universitarios del campus balear.
Uno de sus vecinos más cercanos niega haber oído golpes, gritos o episodios de violencia. Es más, después de escuchar la pregunta podríamos decir que el vecino ríe.
«No, de verdad que no. Nos decimos hola y adiós si nos encontramos, y no te puedo contar más». Y, de tanto tirar, añadió: «Un sin nombre», es el calificativo que dio el vecino de escalera.
A la pregunta de si por el barrio hay ‘fachas', la respuesta del vecindario es clara: «Choricillos. Se sitúan en estas calles de aquí o por allá y nada más».
El propietario del bar, el de los bocatas de toda la vida, flipa: «Nos hemos quedado con la boca abierta. ¿Quién nos lo iba a decir? Pero te cuento, un fantasma. Un fantasma que no se ha visto ni oído nunca. ¿Quién lo iba a decir? Nunca lo imaginamos».
Mirando el edificio, la verdad es que todo parece normal. Pasa otro vecino y dice: «La terraza de la bandera de España es la mía, ¿eh?, el fútbol, nada más».
Los periodistas no somos bien recibidos, salvo por un par de cándidas mujeres que espantadas nos preguntan: «¿Cómo ha podido pasar esto aquí? ¿Dónde ha dicho usted que viven? ¿Pero no estaba el terrorista en otro barrio? ¿En Son Gotleu?»
El vecindario transmite estupor y sorpresa, mientras observa en silencio desde hace dos días a una romería de profesionales del micro y la cámara.
El contenedor
«A éste, ahora le van a echar las culpas del contenedor y de todas las que encuentren por el barrio, pero vamos, al chaval ni verle. Yo en mi vida le he visto por aquí», dice otro vecino de la finca, de un barrio tranquilo, un vecindario tranquilo.
Queda la voz de aquella mujer. Una voz que no transmitió rabia ni odio: «Adiós, gracias».
Y así seguirán, como todos, viviendo pero ya más tranquilos; porque la voz era calmada.
El tono estaba lejos de la amargura, pero a miles de kilómetros de la agonía, la culpa o nada que se le parezca. Aquella mujer habló con una voz limpia y clara.
«Lo siento», la primera que lanzó aquella mujer arriba en la azotea del interfono.
Una voz amable, tranquila, cálida. En fin, bonita y sorprendente cuando esperas que lo más fino que te digan cuando tocas esas puertas es (vete a la mier...).
Arrastrada me voy, como el capitán de la ballena: mar adentro. En soledad total, contra todo el barrio. La verdad, nadie ríe en el Rafal Vell.
Una historia que sólo ha arrancado un esbozo, algo parecido a una sonrisa, precisamente, la de este enigma que ha sido para toda la sociedad mallorquina el imitador de Columbine, Juan Manuel Morales, ‘El Fantasma'.