Eran las dos de la tarde (8 de la mañana) en Nueva York cuando sonó su teléfono. Lo descolgó su mujer, Maite Areal, quien dijo que su marido se pondría en un minuto y preguntó qué queríamos y cómo habíamos localizado su teléfono particular. Matas, con voz muy clara a pesar de la temprana hora, explicó que no podía hablar nada relacionado con sus causas judiciales y añadió: «Hablaré cuando la ley me lo permita», haciendo referencia tanto a su comparecencia ante el juez Castro el próximo 23 de marzo como a las explicaciones que dará cuando acabe el proceso judicial en su contra.
El ex president del Govern volvió a reiterar que siempre ha querido dar su versión de los hechos, pero que no le han dejado hasta que se tenga que trasladar a Palma. «Todo esto ha empezado por una denuncia anónima y ahora ya no sé ni lo que es. Yo he pedido ir a declarar en cuatro ocasiones», dijo.
Matas, quien en un tono tranquilo pero que dejaba traslucir cierto nerviosismo por la llamada inesperada recibida (también preguntó durante la conversación cómo se había conseguido el número particular de su domicilio) se remitió a sus abogados para cualquier información. «Espero que lo entienda y si no, da igual porque usted ya tiene una opinión formada de lo que está pasando», añadió en un tono entre irónico e irritado.
Tampoco quiso aportar ningún dato acerca del reciente fichaje del letrado Manuel Ollé, experto en Derecho Internacional y en crímenes de lesa humanidad.
Matas al final de la conversación, añadió: «Pido que me escuchen, pero no me han dejado». Y antes de colgar, reclamó: «Por favor, le ruego que no vuelva a llamar a mi casa».
Gimnasio, bar, bilbioteca...
La nueva residencia de Jaume Matas y su esposa en Nueva York, en la que prácticamente todas las viviendas son de alquiler, está enclavada dentro en un edificio que cuenta con muchas comodidades. Por ejemplo, dispone con un gran salón dividida en varias áreas: una biblioteca con cientos de volúmenes, sala de juegos, sala de billar, sala de proyecciones para 15 personas, gimnasio y numerosos salones con sillas y sofás de cuero decoradas con motivos náuticos.
Además, el edifico cuenta con un bar decorado al estilo del Au Bar, un local mítico de la calle 58, entre Madison y Park Avenue, donde los residentes pueden dejar las botellas de sus bebidas favoritas y disfrutarlas en ese acogedor entorno.
No faltan tampoco facilidades para estar en contacto con el exterior a través de internet y hay una pantalla de televisión donde los residentes son informados de si han recibido algún paquete.
Algunas de las viviendas cuentan con balcones que dan al río Hudson y aparte existe una gran terraza comunitaria orientada también hacia el río y desde la que se puede ver New Jersey. También en esa zona se encuentra una zona ajardinada.
Los inquilinos también disfrutan de un completo servicio que se encarga de la correspondencia, limpieza, servicio de catering, pasear al perro, ventas de tarjetas de metro e incluso existe un cajero automático en el interior del edificio.
Polémica
La empresa constructora del inmueble tuvo algunas dificultades en la elaboración de este proyecto, ya que en un principio quería construir el edificio unas manzanas más al norte y que fuera considerablemente más alto, pero la rezonificación de la zona le obligó a que tuviera un máximo de 15 alturas.