En las actuales circunstancias, no parece que lo más adecuado sea que las dos principales fuerzas políticas españolas continúen lanzándose los trastos a la cabeza y profiriendo todo tipo de acusaciones, muchas de ellas sin el menor fundamento. No es bueno que el portavoz económico del Partido Popular, Cristóbal Montoro, condicione cualquier apoyo al Gobierno en el asunto de la crisis a la revisión de los Presupuestos Generales del Estado para 2009 como condición sine qua non, aunque es evidente que las cuentas deberán ajustarse a la nueva realidad global. Así como tampoco es razonable que el socialista José Blanco asegure que a Rajoy «le importa un bledo que se derrumbe el edificio financiero».
Estamos ante un escenario excepcional que requiere medidas excepcionales. Buena prueba de ello es la actitud y las actuaciones que han adoptado los Estados Unidos por un lado, y los miembros europeos del G-8 por otro. Y sería lo más lógico que socialistas y populares en este tema aparcaran las luchas partidistas para poner orden y concierto en la evolución de la economía nacional y acordaran las acciones precisas para poder hacer frente a la tormenta en las mejores condiciones posibles.
Enrocarse en actitudes propias de una campaña electoral no es lo más adecuado cuando lo que está en juego es el futuro de todos. Por ello ver que del encuentro que celebrarán Montoro y Solbes el próximo jueves salen propuestas y no descalificaciones mutuas sería una excelente noticia.
Sobre la mesa ya hay algunos pasos que podrían darse, pero debe efectuarse un análisis serio, reflexivo y ponderado de cuáles serán las consecuencias de cualquier medida que se adopte a medio y largo plazo.