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Editorial

Aceite contaminado

De nuevo saltan las alarmas en la Unión Europea ante la posible contaminación de un producto alimenticio de uso general, esta vez por causas aún por determinar. La presencia de hidrocarburos en una partida de aceite de girasol procedente de Ucrania ha provocado la inseguridad e incluso el temor entre los consumidores. Porque, aunque no se tenga en casa una botella de aceite de girasol, no sabemos en qué productos elaborados puede hallarse o si los bares, restaurantes o comedores escolares lo han empleado.

El Gobierno insiste en que el riesgo de que nuestra salud se vea afectada es inexistente, y sin embargo recomienda que no se consuma. Ante la contradicción, claro, los temores se disparan. Y vuelve a la memoria la larga lista de desastres alimenticios que llevamos viviendo en las últimas décadas, desde aquel terrible caso del aceite de colza desnaturalizado que envenenó a sesenta mil españoles y causó la muerte a más de 700.

Por suerte los controles sanitarios parecen funcionar con más o menos premura (esta vez la alerta se produjo en Francia y se extendió rápidamente por toda la Unión Europea), pero seguimos preguntándonos cómo es posible que se produzcan contaminaciones en origen. La verdadera causa de este tipo de desastres se esconde en la codicia de unos cuantos industriales que pretenden mejorar el margen de beneficio de sus empresas alimentarias a costa de métodos tan faltos de escrúpulos que ponen los pelos de punta. Desde que descubrimos con horror que a las vacas se les alimentaba con los cadáveres de sus congéneres para ahorrar, y ello condujo a la enfermedad de las vacas locas, ya casi cualquier cosa nos parece posible.

La salud es el bien más importante en cualquier sociedad y mimarla hasta la exageración debe ser un compromiso firme de las autoridades. La alimentación está en la base de la salud de un país, y puesto que tenemos la gran suerte de disfrutar del estilo gastronómico más saludable del mundo, sepamos proteger desde el origen la calidad de todo cuanto nos llevamos a la boca. Hay que reivindicar un retorno al pasado, a una agricultura y una ganadería honestas, como siempre han sido, para crear productos naturales con todas las garantías.

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