a tirantez entre albanokosovares y serbios es evidente en la joven república de Kosovo, ex provincia serbia. Para muchos de éstos, aquellos no son más que usurpadores. Dicen que se han apropiado de su territorio y que los han relegado a la nada. Por su parte, los albanokosovares aseguran que son tan dueños de estas tierras como los serbios y que la independencia del mismo se ha llevado a cabo de forma legal. Lo cierto es que el ambiente entre unos y otros no es bueno y, por el momento, quienes llevan las de perder son los serbios que viven en sus asentamientos, como el de Osojane, del que salen de tarde en tarde a fin de evitar problemas con los albanokosovares. En cambio, a los albanokosovares, cuyo alfabeto da la impresión de que comienza con la letra U, de United States of América, entre otras cosas porque su bandera ondea en muchos lugares al lado de la de las barras y estrellas y el rostro de Clinton, precedido de un welcome to Kosovo, se le ve, sonriente, en paneles y paredes de fachadas, a veces al lado del de dirigentes albaneses, se les ve felices tras la independencia.
Sonia Bukovich, la pedagoga de este lugar, asegura que ellos, los serbios, no quieren ningún mal para nadie; que están más por la convivencia que por las hostilidades y que, si puede, no abandona para nada aquel bello paraje. «¿Para que tengo que ir a Istok o a Peg, si allí no nos quieren? Yo vivo aquí feliz; doy gracias cada mañana, cuando abro los ojos, por el día que tengo por delante».
Quizás más contundente que la maestra a la hora de opinar sobre la cuestión serbia-albanokosovar sea sor Antusa, abadesa del monasterio ortodoxo de Goriok, sito a un tiro de piedra de la base España, de quien reciben protección, por lo cual está muy agradecida de la misión de paz que están llevando a cabo los españoles en este lugar. Antusa y sus cinco monjas sólo abandonan aquellas cuatro paredes de piedra que emergen entre abetos en la ladera de la colina, si van escoltadas. Si no, se quedan en casa.