La pugna que mantienen Hillary Clinton y Barack Obama por alcanzar la candidatura del Partido Demócrata a la presidencia de los Estados Unidos en las elecciones del próximo mes de noviembre está alcanzando su punto álgido, toda vez los recuentos en los estados que baña el río Potomac otorgan una clara ventaja al senador negro, que desde el inicio de los caucus está inmerso en un proceso de obtención de apoyos cada vez más amplios frente a su contrincante, cuyos resultados adversos están diezmando su equipo de campaña.
Los analistas se mantienen, todavía, en calificar de empate técnico el número de delegados demócratas que se reparten Clinton y Obama, dato que sitúa en clara ventaja a este último ya que, en principio, sólo se le admitían apoyos entre la comunidad negra. Ahora, blancos, mujeres y latinos también le votan, segmentos que en principio se asignaban como apoyos a la ex primera dama de los Estados Unidos. Las espadas están en alto y sería precipitado vaticinar un resultado sobre quién de los dos candidatos demócratas acabarán enfrentándose a John McCain, el casi seguro ya candidato del Partido Republicano para aspirar a la sucesión de su correligionario y actual presidente, George Bush.
En todo caso, resulta obvio que lo que hace apenas unas décadas era impensable en los Estados Unidos, que un hombre de raza negra acabe siendo el inquilino de la Casa Blanca, ya no es así. Barack Obama, para sorpresa incluso de sus seguidores, está en condiciones de que el sueño llegue a hacerse realidad. Hillary Clinton no ha tirado la toalla y en determinados círculos no se descarta un pacto entre ambos para repartirse la presidencia y vicepresidencia de los EE UU en el caso de una victoria demócrata; pero todo esto, por el momento, es pura especulación.