El Chad se encuentra de nuevo en una situación crítica. Los golpes de Estado y la violencia no son nada nuevo para los chadianos, aunque desde 1992 se habían legalizado los partidos políticos e Idriss Déby había accedido a la presidencia en 1996 tras ganar las elecciones. La preeminencia de Francia, país del que Chad fue colonia, ha hecho que ésta haya asumido el papel más relevante, no ya sólo en el asunto de la evacuación de extranjeros, sino además para la probable evacuación del presidente Déby si la situación se complicara aún más y para evitar mayores derramamientos de sangre.
Mientras tanto, Sudán se ha apresurado a asegurar que nada tiene que ver con las fuerzas rebeldes, aunque la fiabilidad de las autoridades de ese Estado está bajo mínimos y más en un asunto como éste que afecta a un país vecino con el que las relaciones no siempre han sido cordiales. De hecho, las relaciones diplomáticas entre ambos se reanudaron en julio de 2006 tras haberse roto cuando las autoridades chadianas le acusaron de apoyar a rebeldes en un ataque en la capital unos meses antes.
En cualquier caso, el conflicto de Chad tiene que poner en guardia a la comunidad internacional sobre la fragilidad de la zona e incentivar todos los esfuerzos para coadyuvar, no sólo a que se produzca una maduración de las democracias de la zona, sino además, asentar las bases para que puedan hacerlo en un marco económico estable, lejos de dependencias y presiones. Y, por supuesto, es imprescindible luchar contra la corrupción, uno de los peores males en el que se asientan en demasiadas ocasiones los gobernantes de estos territorios, hoy convertidos en un auténtico avispero.