El Pi de Sant Antoni preside desde ayer tarde la Plaça Vella de Pollença, donde permanecerá hasta el miércoles de ceniza, fecha en que será retirado, tal y como manda la tradición, para ser reutilizado en la elaboración de las espadas que se emplearán en la batalla entre moros y cristianos durante las fiestas de la Patrona.
Las fiestas más ancentrales de Pollença siguen así una pauta completamente cíclica de la que se tiene constancia desde tiempos inmemoriables. Pollença no es el único pueblo que vive la tradicional fiesta del Pino, donde los jóvenes muestran su destreza trepando a lo alto de un ejemplar bien preparado para alcanzar el premio de su punta. «Cucañas», como se conoce popularmente esta fiesta en muchos pueblos de la Península, las ha habido siempre, pero pocas representan el sentir de un pueblo como lo hace la tradicional fiesta del Pi de Sant Antoni en Pollença y es que los pollencins sienten muy suyas todas y cada una de sus tradiciones. Tanto, que los jóvenes protagonistas de la fiesta se juegan literalmente el tipo cargando con el Pi de Pollença desde la finca de Ternelles hasta la Plaça Vella, sorteando los estrechos recovecos del municipio ayudados únicamente por un carro.
Las autoridades siguen la fiesta entre la emoción y el miedo, conscientes de la peligrosidad de una ceremonia que ha dejado a lo largo de su historia heridos muy graves.
El pino salió de Ternelles bañado por el mesclat pasadas las 14 horas y llegaba al pueblo dos horas después. Pasadas las seis de la tarde entraban en la plaza, donde lo hizaron a las 20 horas para intentar alcanzar el gallo. Tras no arduos esfuerzos debido al excesivo enjabonado del tronco, casi una hora y media después, Miquel Angel Torrandell repetía triunfo.