El circo es conocido por todos, pero poco se sabe del mundo interior, de lo que hay detrás de esa imagen de alegría y magia.
Los artistas integrantes del circo son personas, que durante toda su vida han tenido alguna vinculación con él, en su mayoría han nacido y crecido entre animales, ejercicios y prácticas de largas y agotadoras jornadas para lograr la perfección. Viven y se trasladan en sus caravanas, lugar donde descansan, duermen, cocinan, y se dan un tiempo para compartir en familia, así van conociendo y recorriendo el mundo, un mundo que a ellos los ve de una manera diferente y especial. Para Karel De Vor, el circo más que una actividad profesional es «un estilo de vida, quizá un poco nómada, aventurero, donde cada día conocemos algo nuevo y diferente, donde la mejor recompensa es el aplauso».
Antes de cada actuación tratan de relajarse, algunos escuchan música, ven televisión, otros leen, o escriben alguna poesía. Al acercarse la hora de la presentación preparan su vestuario y maquillaje, calentamiento y a la pista, a entregar lo mejor de cada uno.
Después de dos horas de labor finaliza la función. Todos vuelven en silencio y pensativos a sus caravanas, a comentar la actuación y a recuperar fuerzas, porque mañana será un nuevo día de esfuerzo, magia y color. El circo, sinónimo de alegría y entretención, para sus protagonistas no siempre es así, en ocasiones tienen que hacer reír cuando por dentro quieren llorar.