Con un ordenador portátil y un teléfono móvil como únicas herramientas de trabajo, aterrizó pocos días después del 11-M Miquel Bauzà en Tallinn, la capital de Estonia. Su cometido no era fácil: dotar a España de una embajada dentro de este país que acababa de entrar en la Unión Europea. La mayoría de las embajadas europeas se encontraban en el centro histórico de la ciudad, pero él se decidió por un edificio nuevo situado en una de las arterias principales de la capital. Pasados tres años y medio, la embajada se encuentra plenamente asentada y además cuenta con una residencia, situada en una zona idílica entre bosques, que linda con la del embajador de Estados Unidos y a la que no tiene nada que envidiar. «El mérito de la residencia ha sido de mi esposa. Ella vino a Tallinn unos meses más tarde que yo y se encargó de acondicionar el lugar, que pertenece a un abogado estonio», explica Bauzà. La residencia cuenta con un espacioso jardín donde se llevan a cabo diferentes recepciones y actos sociales. Sin embargo, el 12 de octubre, Día de la Hispanidad, la fiesta se tendrá que realizar en el interior de la residencia porque seguro que el tiempo no permitirá disfrutar del exterior del chalet. «Tallinn es una ciudad muy cómoda para vivir, con un casco antiguo muy bonito y cuidado, pero se soportan en invierno temperaturas inferiores a 20 grados y esto condiciona mucho la vida aquí», comenta el embajador.
La gran mayoría de los 57 españoles que viven de forma permanente en Estonia lo hacen en la capital. A ellos se unen unos 50 de carácter transeúnte, como los estudiantes Erasmus. «El número más importante de españoles que llegan al país son turistas y la embajada se encarga de solucionar los posibles problemas que puedan tener como pequeños accidentes, ataques repentinos de apendicitis o hurtos de documentación».
En este país, que entre otros aspectos destaca por estar muy adelantando tecnológicamente, se distinguen dos tipos de estonios: el estonio propiamente dicho y el de etnia rusa, que representa el 25 por ciento de la población, aunque en la capital llega al 40. «Los estonios son gente muy introvertida, poco comunicativa y expresiva, y los estonios rusos son más expresivos», comenta el embajador, quien añade que es fácil trabajar con ellos porque el inglés es bastante conocido por amplios segmentos de la población y porque un subdirector, por ejemplo, puede tomar una decisión sin tener que esperar la respuesta de su superior. «Esta cierta autonomía facilita mucho las labores», concluye.
Las fricciones entre ambas etnias no son visibles, pero sí que se guardan ciertas distancias entre unos y otros. Los rusos opinan que los estonios les deberían estar agradecidos porque les salvaron de la ocupación nazi durante las II Guerra Mundial, mientras que estos creen, no sin razón, que lo que hicieron los rusos fue sustituir a los nazis en dicha ocupación.