Desde hace ya demasiado tiempo la opinión mundial se conmueve a diario al tener noticia de las terribles matanzas que se suceden en un Irak cuya ficticia posguerra es aún más cruel de lo que lo fue la teórica guerra. Pero junto a ese panorama de cuerpos mutilados y supervivientes que lloran el dolor por la pérdida de sus seres queridos existe otro menos aparente pero no por ello menos trágico. A tenor de los más recientes informes elaborados por diversas instituciones, esa otra cara de la guerra de Irak habla de una situación de auténtica emergencia desde una perspectiva humanitaria. Cerca del 45% de los iraquíes vive en un estado de pobreza absoluta al carecer de trabajo alguno. Algo más de dos millones de personas, en su mayoría mujeres y niños, se han visto desplazadas de sus habituales lugares de residencia y no tienen medios para enfrentarse a la escasez de alimentos y medicinas, al tiempo que otros dos millones que se han visto obligadas a huir del país malviven en el exilio, principalmente en Siria y Jordania. Las casi inimaginables calamidades llegan al extremo de que un 70% de la población no tiene una provisión adecuada de agua, en una espiral de creciente miseria. Mientras, las tropas invasoras se continúan mostrando incapaces de controlar la situación y el gobierno títere del primer ministro Nuri Al Maliki tampoco está capacitado para hacer frente a una corrupción que impide la reconstrucción del país. En tales circunstancias, la provisión de ayuda y refugio, la distribución y el mantenimiento de los servicios básicos, no puede ser garantizada, lo que dibuja un porvenir de catástrofe humanitaria a escala aún hoy impredecible. Éste es el legado que está dejando en Irak un Bush cada vez más debilitado que parece esperar su retirada que, recordémoslo, no se producirá hasta Noviembre del año próximo. ¿Cuál será para entonces la situación de la población iraquí?
Editorial
La otra cara de la guerra