Expertos de todo el mundo están alertando con vehemencia sobre las consecuencias que el cambio climático tendrá sobre el medio ambiente y, por ende, sobre nuestras vidas y nuestra economía. Lógicamente, es mucho más fácil decirlo que poner en práctica las medidas necesarias para sí no detener, sí paliar esos efectos. Sencillamente, porque la estructura de desarrollo mundial se ha construido sobre la base de los recursos naturales sin tener en cuenta el futuro y sin pensar que se trata de bienes limitados que hay que administrar con prudencia.
Nunca en los millones de años que la Tierra lleva habitada por seres vivos ninguna especie había incidido sobre la naturaleza en la forma en que lo ha hecho el ser humano en los últimos cien años. El desarrollo poblacional, tecnológico y económico han provocado un verdadero 'shock' sobre el planeta.
Será difícil mantener el equilibrio si no se pone coto al excesivo desarrollismo y se comienza a pensar en términos de sostenibilidad. El sur de Europa se desertiza, se auguran sequías, inundaciones y un proceso de erosión del suelo y de la costa imparable. En estas condiciones es preciso afrontar cambios sustanciales por lo que se refiere a la política energética, incluyendo medidas que contribuyan al ahorro de las familias en el consumo eléctrico y de agua, así como también la potenciación de energías alternativas. Aunque es preciso que las Administraciones públicas se impliquen también en mayor medida en dar mayor relevancia al transporte público, haciéndolo más atractivo tanto en frecuencias como en precios para que sea una alternativa real a la utilización del vehículo particular. Amén de continuar trabajando en la obtención de combustibles que, a medio plazo, sean menos contaminantes y puedan sustentar un transporte absolutamente imprescindible en las sociedades modernas.