María Bover y su hijo nos invitan a subir al piso donde viven, en el Polígono de Levante. Es una casa sencilla, pero en la que todo está en su sitio, de forma ordenada.
Desde el balcón del comedor se divisan diversas panorámicas: mirando hacia abajo, observas como la pala mecánica está destruyendo lo que fue un viejo edificio, seguramente un almacén, de GESA; a su derecha, el alargado local con techo de uralita, que hasta hace no mucho acogía cuanta feria se hiciera en Balears, aguarda a que le toque el turno para caer, como la edificación vecina, bajo la fuerza de la pala el mar. Si miras de frente verás el mar y, de vez en cuando, pasar a algún que otro barco que llega o se va. Porque si diriges la vista hacia la derecha, te encontrarás con una barrera de edificios grises que te tapan cualquier vista salvo la de ellos.
«Antes también se veía el mar por esa parte», recuerda el hijo de la mujer, que de un montón de viejas fotografías que reposan sobre la mesa del comedor extrae varias, tomadas desde este mismo lugar en que estamos, en las que puede verse la bahía y algunos barcos de guerra de la VI Flota americana. Ha llovido desde ese momento, eh. ¡Y tanto! Como que ya ni la VI Flota viene a Palma, y si viniera de pronto tampoco se podría ver desde ahí, al menos con la nitidez de antes.
María se asoma tímidamente sobre la panorámica del caos que aporta poco a poco la enorme pala, que, de forma implacable, está transformando lo que fuera almacén en puro y duro solar. «Nos han dicho que ahí y aquí -musita la mujer, señalando el ex edificio de Fires-, va un hotel de lujo muy bonito y elegante... Y un poco más a la derecha, el Palacio de Congresos y... pues que nos vamos a quedar sin ninguna vista, sólo viendo edificios y antenas...».Pedro Prieto
Foto: Julián Aguirre