La cita con el teniente coronel Puig Valero, jefe de la Oficina de Información Pública (PIO) del contingente español ubicado en la base Miguel de Cervantes, en Blat (Líbano Sur), es a las 11.00 de la mañana, en el aeropuerto de Beirut. Llega acompañado de la teniente de Ingenieros Sara de Miguel Urrez. Tras tomar café, partimos hacia nuestro destino, a unos ochenta kilómetros, que recorreremos en unas dos horas sin problemas hasta la ciudad de Sidón, donde aún queda un centro de refugiados palestinos; a partir de ahí, tenemos que cambiar varias veces de dirección a causa de las secuelas que han dejado los bombardeos de los israelíes en el último verano, que se tradujeron en la destrucción de 105 puentes, un sinfín de viviendas, parte de las cuales están siendo reconstruidas, y más de mil vidas.
A poco de dejar Sidón, tras sobrepasar un puente en el que tomamos el primer desvío, el panorama comienza a cambiar. Los carteles y paneles publicitarios que hemos ido encontrando son sustituidos por los del líder chií Nasrallah y de algunos de sus cabecillas y mártires de sus partidos políticos, Hizbulláh y Amal, -los primeros se distinguen porque tienen una bandera amarilla; la de los segundos, verde-, y suníes, puesto que el territorio, además de una minoría drusa y cristiana manorita, está prácticamente repartido entre ambos grupos, menos reconciliables que el agua y el aceite, pero que en esta parte del país no están tan a la greña como en la capital. «En esta zona no tienen problemas de convivencia, no hay peleas entre ellos», señala el teniente coronel Puig. No las hay porque se han dado cuenta de que el Ejército libanés está desde el río Litani hacia la línea azul, que separa el Líbano de Israel, cosa que no ocurría desde hacía más de 30 años.
Y también ve que por detrás de este ejército, sobre todo a partir del mencionado río, está el de la ONU, la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano (UNIFIL), colaborando con él y apoyándole. Y eso, además de notarse, pesa, tanto que en este territorio, de una extensión parecida a la de Menorca, entre militares libaneses y UNIFIL habrá ahora mismo alrededor de 26.000 militares armados -unos 20 soldados por cada kilómetro cuadrado- con una misión concreta: los primeros haciendo notar su presencia y los segundos velando por el cumplimiento de la 1.701 de acuerdo a tres puntos: uno, ayudando al gobierno y fuerzas armadas libanesas (LAF) para que extiendan su control por esta parte del territorio; dos, verificando el cese de las hostilidades a lo largo de la frontera que separa los dos países y haciendo cumplir la citada disposición 1.701 la cual prohíbe, excepto a la fuerza libanesa y UNIFIL, la tenencia de armas al sur del Litani; y tres, ayudando a la población civil y favoreciendo la ayuda humanitaria. Ante esta situación, no es fácil que haya problemas por tierra, y más cuando gracias a la colaboración entre ambos ejércitos se ha logrado desarmar a la mayoría de los civiles, en gran número seguidores de Hezbolá, y los que siguen armados saben que si se descuidan les sorprenderán con ellas y se las requisarán. Y también saben que todas estas operaciones las hacen conjuntamente contando con el apoyo de los ayuntamientos y, en muchos casos, hasta de la población civil que quiere vivir sin problemas.
No se puede decir lo mismo en cuanto a que la situación está controlada por el aire, ya que a veces, de forma inesperada, se produce alguna incursión de la aviación israelí, pero hasta la fecha, desde los bombardeos de julio y agosto, no ha pasado de incursiones. Pero eso no quita que no se esté respetando la citada disposición. Igualmente, ambos ejércitos están colaborando en la detección y destrucción de artefactos explosivos, numerosos y muy repartidos; unos fueron lanzados desde el aire por la aviación israelí y no explotaron, mientras que a otros los lanzaron para que no explotaran... sólo cuando fueran pisados. Son artefactos diversos; tal vez los más tristemente famosos, porque son los que matan a más gente, sean las denominadas minas racimo, sin olvidar las bombas de aviación, cohetes y proyectiles de artillería, que como no tienen fecha de caducidad representan un enorme peligro. Desde septiembre, en que la nueva UNIFIL opera en esta zona, han sido reconocidos y limpiados de artefactos no explosionados 558.000 metros cuadrados de superficie, lo que ha supuesto la destrucción de 1.500 artefactos no explosionados, -quedan alrededor de medio millón por destruir-, y la apertura al tráfico de unos 150 kilómetros de carreteras. Por fortuna, no ha habido ninguna baja, ni siquiera lesión, entre los Técnicos Especializados en Desactivación de Artefactos Explosivos (TEDAX) españoles; no se puede decir lo mismo de los belgas, chinos y miembros de UNMACC, agencia de desactivación de Naciones Unidas, que nada tiene que ver con la brigada.