A las 10.30 horas, Antoine me recoge en el hotel. «Llámame Toni, que es como me llaman todos», me dice. Está lloviznando y hace frío. Visto como el día anterior, con algo más de barba. Eso sí; voy limpio como un pincel sin estrenar gracias a la ducha que me he dado.
Una vez en el interior de su coche, nos dirigimos por una calle que nos conducirá hacia la avenida Elías A. Helou, que lleva al palacio del presidente de la nación, para que vea los efectos de un bombardeo aéreo israelí que se tradujo en un enorme socavón de más de veinte metros de profundidad. Frente al agujero, sigue en pie el edificio del ayuntamiento del barrio. «Se salvaron de milagro» -dice Toni echando un último vistazo al desperfecto. Por lo visto, entre los escombros queda otra bomba que no estalló.
A partir de aquí, vamos a rodar entre miles de coches, decenas de atascos y algún que otro sobresalto por la forma tan temeraria de conducir de esta gente. Y vamos a hacer el recorrido, a veces por tramos cristianos, a veces por tramos musulmanes, a veces con cristianos a un lado de la calle y musulmanes en el otro, a veces por zona chií, a veces por zona suní, y en casi todas partes cruzándonos con militares armados hasta los dientes, unos montando la guardia en la esquina, otros en la garita, otro tras unos sacos, otros sobre una tanqueta.
Pedro Prieto (Beirut)