Cuba lleva meses preparándose para la desaparición de Fidel Castro, admitida la evolución de una enfermedad que a pesar de la escasa información que sobre ella se facilita parece tener un carácter irreversible. En cualquier caso, el retorno del anciano comandante a las tareas de gobierno resulta improbable, lo que está suscitando toda suerte de cábalas acerca del futuro de un régimen que se verá privado de quien ha sido su dirigente máximo durante los últimos 47 años.
Es pronto para aventurar lo que puede ocurrir pero con independencia de otros factores hay uno que podría contribuir decisivamente a que la salida del castrismo se encaminara hacia el establecimiento en Cuba de un sistema pluralista, siempre considerando las peculiaridades y logros de una revolución que tampoco tiene por qué volver atrás. En los últimos tiempos se han registrado en Latinoamérica importantes victorias electorales de la izquierda. Ecuador, Venezuela, Brasil, Nicaragua, Uruguay o Chile, dan hoy fe de que una buena porción del continente sudamericano está gobernada por partidos socialdemócratas, o cuando menos por una izquierda variopinta que ve con buenos ojos a la revolución cubana y estaría dispuesta a prestarle apoyo.
Se trata, en líneas generales y con todos los matices, de una izquierda democrática capaz de impulsar a Cuba hacia una transición apacible, colaborando para ello tanto desde el punto de vista político como desde el económico. En este sentido, el momento es pues oportuno, ya que por otra parte tampoco parece que desde un Washington en el que no escasean los problemas se vaya a hacer cuestión de gabinete de lo que ocurra en la isla caribeña.
De ir las cosas por estos derroteros, bien se podrá decir que Castro ha tenido hasta el final la suerte que acompaña a los audaces. Y a los pacientes.