La historia de María Dolores nos recuerda a la del libro No sin mi hija, de Betty Mahmoody. Aunque la suya más bien sería No sin mi marido. Vean, si no:
María Dolores nació en Palma. A los 18 años se marchó a vivir a Inglaterra. Trabajó en negocios de relojería y luego fue traductora. Conoció al afgano Nasrad, que trabajaba en el segmento del automóvil, con quien se casó, abrazando la doctrina del Islam y aprendiendo el árabe.
Con Nasrad vivía feliz en Londres dentro de un estatus estable. Tuvieron dos hijos, Abdulah, que ahora tiene cuatro años, y Nuria, de dos. Pero un mal día, el padre de Nasrad enfermó y eso hizo que el matrimonio con sus hijos tuviera que viajar a Kabul, donde vivía aquel. Allí, ella fue aceptada por estar casada con un musulmán, tener dos hijos y llevar burka. Que por otra cosa no.
Aquella visita, que parecía que iba a durar poco tiempo, se complicó al robarles alguien la documentación, la cual es necesaria para moverse en un país fundamentalista. Así que a María Dolores no le quedó mas remedio que apencar con lo que tenía, que era nada, e intentar sobrevivir.
Su hermana, Rosi, que vive en Palma, tras no pocos esfuerzos logró traérsela con sus hijos. «Fue el año pasado. Tuvimos que correr muchos trámites burocráticos y desembolsar mucho dinero para los pasajes. Aquí los tres vivieron felices, sobre todo los niños que se encontraron con un mundo completamente desconocido para ellos. Pasaron de no tener nada a tener de todo. Imagino que su regreso a Kabul, semanas después, donde se reencontraron con la pobreza y la carencia de prácticamente todo, debió de ser traumático».
¿Que por qué quiso regresar María Dolores a Kabul? Según Rosi «porque si ella no volvía, su marido, que empezaba a estar muy presionado por su familia al haberlos dejado partir, podía tener problemas. Podía haber regresado a Kabul sola, a buscarle. Pero eso no es posible. Ella, por mucho que haya abrazado la religión islámica, lleve burka y hable árabe, no deja de ser una extranjera. Y encima es mujer. Su vida, sin sus hijos, su gran aval, no vale nada en aquel país. Por eso regresaron los tres. Nunca se hubiera quedado mi hermana en España sin su marido».
Ahora la vida en Kabul, con la llegada del invierno, es terrible para los que carecen de todo, como ellos. «No hago más que pensar en mis sobrinos, con lo felices que estaban aquí. Ahora allí, sin tener de nada, sin poder ir al colegio, y encima mi hermana de nuevo embarazada, sin ningún tipo de asistencia médica».
Rosi habla casi a diario con su hermana y con una española miembro de una ONG alemana. «Me comentan que podrían regresar a España si tuvieran dinero. Mi cuñado está de acuerdo con que lo hagan, y ella estaría dispuesta a separarse de él por los niños. Pero es complicado. Salir de ese país requiere unos trámites muy complicados. Ella y los niños tienen pasaportes en regla, pero su marido carece de visado. Y conseguirlo no es fácil. Pero yo voy a hacer cuanto esté en mi mano para que vuelvan. No sé a quien recurrir más, pero lo voy a intentar todo».
Pedro Prieto
Foto: Click