En el anterior viaje a Cuba, del que dimos cuenta semanas atrás, tuve noticias de la existencia de «Fidel Castro, biografía a dos voces», cuyo autor es Ignacio Ramonet, quien a lo largo de seiscientas páginas transcribe una entrevista que le ha hecho a Fidel Castro. Es, sin duda, su testamento humano y político, pues durante cien horas le cuenta su vida y obra, y seguramente milagros. Y supongo que, si no mentiras, sí bastante falsas verdades. Y es que el dictador es también humano. Castro habla de todo. Repasa su existencia desde antes de haberla comenzado y adelanta lo que puede ocurrir en la isla después de su muerte: sucesión pura y dura. Castro, como Franco, cree que lo deja todo atado y bien atado. Veremos si no le pasa lo que a aquel. Que seguro que le pasa. Su razón es la que vale. El dictador cubano es una persona que está convencida de que todo lo que ha hecho está bien hecho; que tiene razón siempre; que los equivocados son los otros; que en Cuba jamás se ha atentado contra los derechos humanos; que no se ha torturado a nadie; que como mucho se ha sancionado de acuerdo a unas faltas cometidas, siempre en contra de la Revolución; que nadie puede decir que tras el triunfo de ésta hubo persecución y ensañamientos; que todos los partidarios del régimen de Batista fueron juzgados justamente; que su país se ha visto constantemente amenazado desde el exterior; que los atentados llegados desde afuera han sido tantos o más que los planeados desde adentro; que su vida ha estado constantemente en el punto de mira de terroristas; que todo el que está en contra del régimen es un terrorista. Posada, Eloy Gutiérrez Menoyo, Alejandro Valladares, por poner tres ejemplos, son terroristas; que sólo en una ocasión se equivocó a la hora de juzgar: fue en el juicio de Jesús Sosa Blanco. Se equivocó, reconoce, en la forma, que no el fondo, pues Sosa, según dice, sufrió la sanción de acuerdo a la falta cometida: pena capital por las decenas de campesinos que mató impunemente. A lo largo de páginas explica los motivos por los que no le tembló la mano a la hora de firmar la pena de muerte de su amigo, el general Ochoa. Cada vez que habla del Che se le llena la boca. El mejor de todos, para él; al ex presidente Aznar lo maltrata; en según qué aspectos, le deja peor que a Franco. Describe las formas de abandonar Cuba a lo largo de su mandato: Camariba, Mariel, Peter Pan, balseros y sorteo. Su opinión sobre los Peter Pan es clara: fueron niños que salieron de Cuba porque -señala Fidel- se dijo que íbamos a hacer perder la patria potestad a sus padres. Salieron alrededor de 14.000 niños, y la salida fue auspiciada por curas de Miami y Cuba, niños cuyo futuro quedó en aire, porque, ¿A dónde iban? -se pregunta el dictador-, ¿quién se iban a hacer cargo de ellos...?
Tal vez por eso -asegura Castro- muchos de ellos terminaron odiando a sus padres por haberlos dejado marchar. También, a lo largo de la entrevista, habla de la invasión abortada de Playa Girón, cuyos invasores devolvió a Estados Unidos a cambió de 60.000.000 millones de dólares -«¿Qué iba a hacer yo con cerca de 1.100 héroes pudiéndoles sacar un provecho, aún consta que muchos, tras ser devueltos a su punto de partida regresaran enrolados en comandos terroristas?», piensa en voz alta el dictador-; se explaya, ¡cómo no! sobre la crisis de los misiles, reconoce que Kennedy y Krutchov la resuelven sin contar con él, poniéndose de acuerdo en que si tú quitas los misiles que desde Turquía apuntan a la URSS, yo desmantelo los que he puesto en Cuba. En fin. Castro habla y habla, y a veces horas enteras. Y cuando no le interesa el tema -pena de muerte, por ejemplo- responde brevemente, y a veces preguntando, a la gallega, como buen descendiente de gallego que es; pero cuando le interesa, la respuesta ocupa dos y tres páginas, como por ejemplo, cuando hace balance de los logros de la Revolución.
De todo lo expuesto por su parte, me quedo en la duda con varias cosas, pero sobre toda con una: que no ha torturado a nadie, que como mucho ha juzgado y ha sancionado. Lo dice en el libro y lo ha repetido en otros mil lugares más. Pues bien. He metido el libro en la maleta y me he ido con él a Miami. Y he preguntado a cubanos que ya no están en Cuba. Cubanos exilados, algunos tras haber pasado diez, quince o veinte años en las cárceles de la isla sufriendo torturas en celdas lapidadas y otras mil vejaciones, según me han contado. Cubanos exiliados que no son como me los imaginaba, poderosos económicamente hablando -en Miami, según cuentan, hay 23 familias de exiliados cubanas multimillonarias que no están mucho por la labor del exilio; tan solo Jorge Mas Canosa, cuyos restos reposan en el cementerio de la Pequeña Habana, cerca del bar Versailles, estuvo full time con ellos-; exiliados con la anuencia total de USA en su lucha por recuperar su país; cubanos exiliados, hasta cierto punto reticentes ante la respuesta del Gobierno norteamericano, «quien nos promete mucho, pero a la hora de la verdad nos da poco»; cubanos, sobre todo los brigadistas de la 2506, que no entienden del todo por qué Kennedy los dejó vendidos en pleno fragor de la batalla en Bahía Cochinos, un presidente que después los recuperó a cambio de medicinas y ayudas para Cuba, y los recibió con honores en el Orange Bowl de Miami; cubanos, algunos, que piensan que Castro más que un enemigo de Estados Unidos es -ha sido- un agente de la CIA reclutado por ésta en la Universidad, que ha contribuido notablemente en la desaparición de la URSS; cubanos, también algunos, que consideran a Raúl, el -en teoría- sucesor, hermano bastardo, hermano sólo de madre, de Fidel.