Los estadounidenses dieron ayer un voto de castigo al republicano George Bush al devolver a los demócratas el control de la Cámara Baja, algo que no ocurría desde el año 1994. Bush y su Gobierno han salido tremendamente debilitados tras unos comicios legislativos en los que la ciudadanía ha querido dejar patente su anunciado rechazo a la política de Bush en Irak, además de otras criticadas actuaciones que se han sucedido a lo largo de los dos últimos años, como la aprobación de una ley que permite al presidente norteamericano y a su Ejecutivo encarcelar sin juicio a presuntos terroristas.
Los norteamericanos están cansados de una guerra que comenzó con un reconocido informe que la desautorizaba y ha continuado con una encubierta guerra civil que no parece tener fin. La primera consecuencia política ha sido la dimisión del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, mano ejecutora de Bush en el devenir político y militar de Irak.
Pero, además, Bush tiene otros problemas. Aparte de perder la mayoría en la Cámara de Representantes (ahora está en manos de un partido distinto al de la Presidencia) y del resquebrajamiento de su Gobierno, el dominio de los republicanos en el Senado pende de un hilo.
El presidente de Estados Unidos ha prometido colaborar más estrechamente con los demócratas durante los dos años que le quedan de mandato y ha reconocido sentirse decepcionado. Más puede llegar a estarlo si los analistas continúan extrapolando estos resultados a las próximas elecciones presidenciales y pierden también la Casa Blanca. Dos años les quedan a los republicanos para rectificar su política, buscar una solución a la nefasta intervención en Irak e intentar evitar la vuelta de un demócrata a la presidencia.