Dos meses ha durado la segunda expedición «Mallorca a dalt de tot», que, esta vez sí, ha culminado con éxito. Dos alpinistas mallorquines, Bartomeu Calafat y Joan Antoni Olivieri, lograron coronar la cima más alta del planeta -8.848 metros- el pasado 18 de mayo, cumpliendo un sueño personal y, a la vez, un reto para el mundo del deporte de esta Isla. Lo cierto es que alcanzar la cumbre del Everest es un símbolo y, como tal, el anhelo de cualquiera que sienta amor a las montañas y afición al alpinismo. Es el caso de los protagonistas de esta aventura -los citados y el tercer componente, Tolo Quetglas, que finalmente no pudo llegar al objetivo-, así como de quienes les han prestado apoyo financiero y moral que, básicamente, ha sido la sociedad mallorquina en su conjunto.
A menudo la propia sociedad reclama un mayor esfuerzo económico y de apoyo al deporte, desde las bases hasta las élites. Y en este caso la exigencia se ha cumplido, gracias sobre todo al esfuerzo del Consell de Mallorca, de GESA-Endesa, de Sa Nostra, del Grup Serra y de otras entidades, y debemos felicitarnos por ello.
Ha sido, ciertamente, una empresa simbólica y un logro deportivo que nos ha permitido ver la bandera de Mallorca en el techo del mundo. Hay, no obstante, muchos otros retos que conseguir y las instituciones deberán seguir intentando ofrecer soporte y financiación a deportistas de todas las disciplinas, pues comprobamos, año tras año, que el nombre de Mallorca se pronuncia a los más altos niveles y así deberá seguir siendo.
Desde aquí, nuestra enhorabuena a los mejores alpinistas que ha dado esta tierra y también a quienes les han ayudado a llegar a lo más alto.