Uno de los aspectos más sobresalientes de la monumental imprevisión que ha rodeado la ocupación militar de Irak por parte de las tropas norteamericanas hay que encontrarla en la infundada creencia de que un país que posee una de las mayores reservas de crudo del mundo podría perfectamente sufragar la reconstrucción siguiente a la posguerra, sin ser una carga para sus ocupantes.
Washington se equivocó y lo malo del asunto es que las consecuencias de su error las pagamos todos, ya que a juicio de los expertos el descenso en la producción de petróleo iraquí es uno de los factores que han determinado el aumento del precio del crudo que se ha registrado últimamente en los mercados mundiales.
Hoy, Irak produce un 25 por ciento menos de petróleo que en febrero del año 2003, el mes anterior al inicio de la guerra. Ello es debido no tan sólo a la inestabilidad política y a los actos de sabotaje, sino también a la probada ineficacia de los trabajos de reparación de la infraestructura industrial petrolera tras la contienda. Y aún causa mayor inquietud el que en los últimos meses del pasado año y los primeros del presente se ha anotado un importante descenso en la producción, lo que parece demostrar que la situación no tiende precisamente a mejorar.
En resumidas cuentas, los Estados Unidos, el mundo entero, no pueden contar hoy con el petróleo iraquí ante la crisis energética que se avecina. Obviamente, entran aquí en juego factores políticos y de estabilidad social por el momento de compleja evaluación, pero el pronóstico con vistas a una recuperación de la producción del petróleo iraquí dista de ser halagüeño.