Moscú se ha convertido en una capital europea que busca su propia identidad. Comunismo y capitalismo van por el mismo camino a una velocidad «revolucionaria», pero con las rémoras de un régimen que ha marcado durante décadas a una población y nación. El acto inaugural de la feria turística MITT no fue más que el botón de muestra de la esquizofrenia que vive la capital rusa entre un querer y no poder, en donde las estructuras políticas hacen aguas por todo los lados por su falta de modernidad y estrecheces de miras. Mafias, corrupción, prostitución, locales nocturnos de superlujo, restaurantes demandados por todos los gourmets del mundo, entre ellos el Cipollino cuyos fogones están al mando del mallorquín Adrián Quetglas, y la implantación progresiva de los logotipos del capitalismo, léase McDonalds, son el modus vivendi en una capital en la que viven, oficialmente, 11 millones de habitantes, pero que en la realidad su número supera los 15 millones.
Cien hoteles, que suman una capacidad global de 20.000 camas, con unos dos millones de turistas extranjeros, sirven a la ciudad para rejuvenecer su ánimo, aunque la simpatía no sea el plato fuerte de los moscovitas. La mayor parte de los principales hoteles de lujo están situados en los alrededores del principal centro histórico-arquitectónico de Moscú, el Kremlin y la Plaza Roja. En esta suma de contrastes, las galerías Gum son el no va más de lo que quiere o buscan los políticos que mandan en la capital rusa, cuando la población vive una situación bastante limitada en cuanto a medios económicos.
Curiosamente, la contaminación y la saturación de tráfico en sus calles, están al orden del día. Y eso que en pleno invierno solamente circula el 50 por ciento de su parque automovilístico a causa del hielo que hay. Hay dos ciudades, la diurna y la nocturna. La diurna está marcada por la Plaza Roja y el Kremlin, así como por sus comercios y tiendas. Por la noche, Moscú es otra ciudad muy diferente, donde las mafias mandan y en donde el ir solo es tentar a la suerte. Y si a esto sumamos los trámites de salida en el aeropuerto moscovita, la situación se vuelve ya tercermundista. Más vale estar callado, pasar el mal trago y decir un hasta luego, porque Moscú está en pleno génesis urbanita.
Ruiz Collado