JULIÀN AGUIRRE
Acabada la guerra que enfrentó a serbios, croatas y bosnios y que
dejó esta última región gravemente dañada, en 1999, una patrulla
militar española que se encontraba en misión en Bosnia encontró a
todos los miembros de la familia Gujic en un lamentable estado, en
el interior de una cueva fría y oscura cerca de Libuski. Desde
entonces los componentes de los diferentes contingentes desplazados
a Bosnia se relevan en la tarea de ayudar a los Gujic. La familia
está compuesta por tres hijos varones, con grandes discapacidades;
uno de ellos, el pequeño Sasa, además sufría una grave enfermedad
celíaca unida a una neurofibromatosis, y a la madre la salud
tampoco la acompaña. El padre de familia murió de cáncer hace dos
años.
Al llegar a casa de Sasa sorprende la confianza de los chicos con los militares. Tanto el pequeño como los hermanos se abrazan a los soldados, que llegan con tres cajas llenas de comida, ropa y un juguete que le encanta a Sasa: es el capitán Cerezo, quien le entrega al chico un órgano, que no tardó en poner en funcionamiento para hacer sonar las notas musicales. La despedida también fue entrañable y los militares prometieron volver pronto de visita, pues a Sasa, al que le pueden quedar pocos años de vida, se hace querer.