Desde ayer, y por espacio de unos días, en dos turnos -10.00 y
11.00 horas-, quien lo desee podrá visitar la torre del homenaje
del Castell de Bellver, aunque para ello deberán apuntarse antes,
ya que los turnos debido a la estrechez del monumento son
reducidos.
La visita es recomendable. Sobre todo porque entras en un lugar con
historia incrustado en otro, eCastel, con más bien poca historia.
Una lugar que se creó, en principio, para homenajear banderas y
estandartes y, en caso extremo, para defensa, pues se comunicaba
con el resto de la fortaleza a través un puente levadizo. Terminó
siendo cárcel de gente contraria al régimen del momento. El Castell
de Bellver fue construido entre 1300 y 1311 por orden de Jaume II
como su segunda residencia, aunque quien realmente lo disfrutó fue
Jaume III, siglos después. Entre sus paredes -según fue explicando
la guía, por cierto, muy buena-, llegaron a vivir hasta 640
personas, seguramente hacinadas y mal alimentadas -a diario se les
daba un plato de arroz con judías. Algunas de las cuales, como
Andreo Bernal, dejaron costancia de su paso con unos grafitis de
barcos grabados en el muro, en el cual se pueden ver otros, como
los nombres de seis marineros alemanes de la fragata «Leopard» que
visitaron Palma en 1936. Grafitis descubiertos no hace mucho
tiempo, a raíz de una remodelación que se hizo en el lugar.
En un momento determinado de la explicación, tanto la guía como la
grabación que los visitantes tienen ocasión de escuchar durante el
recorrido, se hizo saber -o se recordó- al reducido auditorio que
Gaspar Melchor de Jovellanos fue uno de los presos ilustres que
tuvo Bellver. Quienes visitamos ayer la torre pudimos comprobar lo
empinada y estrecha que es su escalera de 132 escalones -si los
contamos desde el suelo de madera que está por encima de s'olla, o
aljibe, hasta la terraza exterior. En el compartimento anterior,
pudimos ver que sus ventanas son de dos tipos, unas, estrechas,
desde las que, en caso de ataque, se disparaba la ballesta, y
otras, más anchas, con vistas hacia el bosque y la bahía, llamadas
festejadors, ya que tenían dos bancos alargados para sentarse.
Dicha estancia cuenta con un escusado y una cisterna.
Ni qué decir tiene que la vista de Palma desde la terraza es
espléndida y es un gran colofón a la visita.
Pedro Prieto
Foto: Click