Si sorprendían las declaraciones del ministro José Antonio Alonso colocando a Balears en el centro de las actividades del crimen organizado en España, más sorprenden los últimos sucesos registrados a lo largo y ancho del país. En los primeros doce días de este recién estrenado 2006 han muerto ya por causas violentas 27 personas, lo que produce la máxima preocupación. Andalucía, Madrid y Comunidad Valenciana se llevan la palma, reuniendo 18 de estos crímenes. Se trata de una alarmante llamada de atención que nos habla de cambios radicales en emodus vivendi de una sociedad, la española, que cambia a un ritmo vertiginoso y que está sufriendo los efectos de una difícil adaptación a las nuevas exigencias del siglo XXI. Probablemente detrás de toda esta sarta de insensateces de tremendas consecuencias encontremos la respuesta enloquecida a la presión excesiva que empiezan a sentir muchos ciudadanos. La espiral de gastos, muchas veces insostenibles; la desintegración de familias y relaciones sentimentales, cada vez más habitual; la instalación entre nosotros de bandas criminales al más puro estilo americano; la crispación generalizada; el estrés laboral... son muchas las variables que se dan cita en esta funesta estadística, pero todas ellas acarrean la sombra de la insatisfacción, de la incapacidad de aceptar las reglas del juego.
Hay que tomar nota con urgencia y admitir que tenemos un problema grave y profundo que será difícil atajar. Si hace unas décadas el país luchaba por salir de la pobreza y soñaba con alcanzar un bienestar casi inconcebible, hoy el nivel de vida ha subido de tal forma y a tal velocidad que por el camino nos hemos dejado la calidad de vida. Es momento de reflexionar y de tomar medidas drásticas para que la progresión no siga este ritmo.