Con el sonido de la última campanada, el cielo mallorquín cambió de color por unos minutos. Y es que, de un tiempo a esta parte, está muy arraigada entre los mallorquines la tradición de lanzar fuegos artificiales y cohetes para dar la bienvenida al nuevo año. Las azoteas de muchos pisos se convirtieron en un improvisado campo de «minas» desde donde lanzar estos artículos pirotécnicos siguiendo las normas de seguridad. En escasos minutos, estas «minas» se transformaron en espectaculares fuegos rojos, verdes, azules, amarillos, ... que parecían tocar el cielo con sus luces. Una imagen, muy propia de esa noche tan especial, que el público expectante contempló en total silencio, sólo quebrantado por el tradicional y admirativo «¡Ohhhhhhh!».
Los vecinos se «picaban» entre ellos y tras lanzar uno, el otro le contestaba con uno igual o parecido. Era la mejor manera posible de desearse un feliz año nuevo. Tras los fuegos, era el turno de las bengalas con las que las personas que las portaban realizaban una serie de dibujos en el aire gracias a su luz. Muchos inmortalizaron este momento con una foto, mientras que otros decidieron aprovechar para dar el segundo beso del año o para descorchar una botella de champán y regar a sus compañeros.
Poco a poco, el cielo volvió a recuperar su aspecto normal, sólo alterado por el humo sobrante de los fuegos. Era el momento de continuar la fiesta en algunas de las múltiples opciones que ofertaba Palma.
S. Coquillat