En una desafortunada coincidencia de fechas y, según opinan algunos, con una cierta precipitación, Barcelona y Mallorca han celebrado cumbres internacionales para abordar un tema de la magnitud de las relaciones entre las civilizaciones occidental e islámica. Encuentros de enorme calado que la diplomacia española debía haber preparado con tiempo y tacto para evitar la sensación de improvisación y falta de contenidos que finalmente ha trascendido. Al margen del fiasco mediático de las cumbres, ya en la primera sesión del encuentro que promovió José Luis Rodríguez Zapatero sobre la Alianza de Civilizaciones se dio la clave de todo el asunto: fomentar el conocimiento y el respeto al otro. Ahí está el meollo de la cuestión, aunque llevará años. Porque debemos reconocer, con pena, que a día de hoy la inmensa mayoría de los ciudadanos nos movemos en nuestras relaciones con otras culturas guiándonos únicamente por tópicos y prejuicios, muchos de ellos sin ninguna base. Por eso es fundamental que se promueva, además de las necesarias medidas políticas y económicas, una auténtica revolución del conocimiento, de la cultura, del saber... esos valores tan poco de moda en la actualidad y que son, sin embargo, el cimiento del respeto mutuo e incluso de la admiración recíproca.
Si entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur, se ha establecido un muro infranqueable durante siglos, es hora de derribarlo. Y no únicamente para combatir el terrorismo o la inmigración ilegal, como pretenden los acérrimos defensores de la integridad occidental y quienes creen a pies juntillas en la superioridad indiscutible de nuestra cultura, sino para establecer esa «alianza» que permita el desarrollo de unas relaciones estables, sinceras, confiadas y enriquecedoras entre todas las culturas del mundo.