Noviembre. Para mucha gente es tan solo un mes más en el calendario. Sin embargo, para un grupo de personas en las Islas ese nombre significa tomar vacaciones, hacer balance de cómo ha ido la temporada turística, replantear nuevas estrategias empresariales de cara al próximo año o, en el peor de los casos, cerrar el negocio. En muchos puntos de Mallorca el resultado ha sido dispar. Mientras que en el norte de la isla, empresarios y hoteleros hablan de una temporada aceptable, los pequeños propietarios de establecimientos hoteleros del este insular hablan de «beneficio cero».
Desde el pasado martes numerosos hoteles están cerrando sus puertas. Por dos o tres meses o, incluso, por medio año. Igual que con un vehículo que va a estar mucho tiempo parado, la acción de paralizar la vida en este tipo de empresas implica un trabajo extra añadido a las tareas diarias a fin de hacer que coincida la ausencia de clientes con el cierre del establecimiento. Como afirma Biel Pujol, el director del Jardín del Sol, un hotel de cuatro estrellas del grupo Iberostar ubicado en Santa Ponça, «la gente no sabe el trabajo que supone dejarlo todo preparado, recogido y cuidado para poder abrir sin problemas dentro de varios meses. Se necesita un equipo de personas muy profesionales y un plan de ejecución llevado al milímetro».
Un trabajo que ayer daban por finalizado los 55 trabajadores del citado establecimiento con una fiesta por todo lo alto, músico incluido. Es la imagen que refleja lo que ha estado sucediendo estos días en muchos hoteles de las Islas. Las cocinas han tenido que ser desalojadas de todo producto perecedero. Los almacenes, vaciados. Los muebles tanto de recepción como los ubicados en las distintas habitaciones están cubiertos con sábanas para evitar que la humedad o el polvo los afecten. Las calderas, apagadas. Todos los elementos de las piscinas, cubiertos y protegidas para que la acción del mar y el viento del invierno no acabe con las áreas más sometidas a las inclemencias del tiempo.
José A. de Haro