Está claro que uno de los problemas añadidos a los que se enfrenta la infraestructura sanitaria balear es la necesidad de soportar el peso de la población flotante, especialmente en temporada alta turística, cuando nos visitan millones de personas. De ahí que ellos, los turistas, sean un bocado apetecible a la hora de estudiar la posibilidad de sacarles un provecho además de la riqueza que crean a través de la industria vacacional. Ya lo hizo el Pacte de Progrés creando al ecotasa, de vida efímera pero generalmente bien aceptada por la ciudadanía -que veía en aquella medida una suerte de maná que nos permitiría reinvertir los beneficios en recomponer parte del desastre que cuarenta años de turismo han ido provocando-, pero no por los hoteleros. Ahora el Govern de Jaume Matas gira sus ojos hacia los turistas para extraer de ellos algo más que una sonrisa. Quiere gravar con un impuesto el alquiler de coches y financiar con ello parte del déficit sanitario.
Los gobiernos autonómicos tienen esta potestad y, aunque ya se rechazó anteriormente gravar otras actividades más generalizadas (el céntimo en la gasolina, por ejemplo), seguramente esta noticia será bien recibida por la mayoría, porque nos afecta poco. En efecto, les dolerá a los turistas y en parte también a los empresarios del ramo que están, pese a ello, satisfechos porque esto puede suponer una buena criba entre la competencia desleal que sufre esta actividad.
De momento, pues, todos contentos. Y más si, como dicen, la medida conseguirá borrar del mapa balear veinte mil coches. Eso sí que sería una excelente noticia, casi más positiva que el anunciado alivio para las cuentas sanitarias. Porque esas, de cualquier forma, deben obtener una respuesta seria y comprometida desde el Gobierno central.