El grupo de rubias de «potingue» y entradas en carnes que se paseaba por Puerto Banús reclamaba: «Quiero ver a la Gunilla, a la Berrocal. Quiero ver a alguien!». Y es que de noche, Puerto Banús se convierte en un gran zoco de imagen, al que unos van a ver cómo se lo montan los muy ricos, los menos ricos o los que aparentan ser ricos, y los que, sencillamente, están allá tan tranquilos, como si nada en sus yates de lujo, porque son tan ricos, que ni falta le hace ser vanidosos y mucho menos exhibir su vanidad.
Estábamos en Marbella, ese lugar preferido por las revistas del corazón y en el que el rey Fahd vivía, de vez en cuando, llenando de millones las joyerías, y ocupando, para su séquito doscientas habitaciones de los mejores hoteles, cosa que ocurrió por última vez en verano del 2002, y ya no volverá a ocurrir, porque el rey Fahd falleció el mismo día que estábamos en la capital de la vanidad, en cuyo Ayuntamiento colgaban a media asta las banderas en manifestación de luto oficial. Esperábamos ver crespones negros en las joyerías, pero parece que no. Por lo demás, la gente iba a lo suyo, y nadie hubiera dicho que hubiera muerto personaje tan importante, que en seguida fue nombrado hijo adoptivo de Marbella.
Marbella cuenta con 110.000 habitantes censados. No es sólo un lugar de vacaciones, con urbanizaciones de lujo, sino una ciudad bulliciosa, con gran densidad de tráfico, entre otras razones porque la carretera de Málaga a Cádiz atraviesa el casco urbano. Podría decirse que el casco antiguo es uno de los mejor cuidados de las ciudades turísticas que visitamos, y así se nos indicó en la Oficina de Turismo. Sería cierto si no fuera porque ha sido convertido en una especie de parque temático repleto de comercios turísticos y restaurantes.
Urbanísticamente, en lo turístico, Marbella se nos antojó la más ordenada de cuantas hasta entonces habíamos visitado durante el recorrido desde Roses. Por lo que se refiere a la planta hotelera, se nota que ha habido un esfuerzo para hacer patente el sello de Calidad que se le supone. Pero no sólo en los hoteles de primera categoría, sino en los de dos estrellas, una e incluso pensiones del casco antiguo, con precios muy asequibles y una buena prestación de servicios que no siempre se encuentra en otros destinos. «Aquí tenemos muy presente que debemos ponernos continuamente al día», explicó la responsable de la Oficina de Turismo.