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«A Lloret ya no vienen los alemanes»

A pesar del aumento de turistas, en Catalunya reina el mismo pesimismo que en los demás destinos españoles, y se teme especialmente la llegada de septiembre, por la incógnita de las reservas y la contratación de último minuto

La zona turística de Roses, en la provincia de Girona, cerca de la frontera con Francia, es el punto de partida real del recorrido por distintas zonas del litoral español, hasta Ayamonte, en la misma frontera con Portugal en el extremo sur oeste, con la pretensión de conocer cómo son los destinos turísticos nacionales «de sol y playa».

Casi al mediodía conseguimos llegar a Roses, tras la primera constatación, experimentada en otras ocasiones, de que las señalizaciones direccionales están colocadas para los que conocen la zona y poner a prueba los nervios de los visitantes primerizos.

Roses cuenta con dos zonas diferenciadas, unidas por la línea contínua de la playa, y que se forman por la correspondiente al núcleo urbano originario, con el barrio antiguo de estrechas calles, convertidas ahora en un serpenteante corredor repleto de restaurantes, cafeterías y tiendas de «souvenirs» en las que se exhiben los mismos productos que se muestran en los comercios similares en Mallorca, y la intrínsecamente turística que corresponde a Santa Margarita, cuyo núcleo se compone, principalmente de hoteles, apartamentos y negocios turísticos. Si Roses tiene el carácter diferencial que le confiere el casco antiguo, Santa Margarita es una especie de clon de otras muchas zonas que se han urbanizado única y exclusivamente para el turismo, aunque es necesaria la referencia a la vecindad del parque natural dels Aiguamolls de l'Ampurdà, que guarda mucha similitud con el parque natural de s'Albufera de Mallorca.

La playa está muy bien cuidada y cuenta con todos los servicios habituales en las playas mediterráneas. Puestos de socorro, duchas para cuerpo y pies, alquiler de sombrillas (2,40 euros) y tumbonas (3,90 euros- 5,50 euros ambas cosas). Llama la atención la abundancia de balizas que delimitan claramente las zonas reservadas a los bañistas y las de navegación. Y esa es una constante que se repite en otras playas catalanas. Pero como ocurre en toda la costa turística española, el optimismo no es la pauta, más bien al contrario. Como muestra lo que dice Josep Viñolas, propietario de una agencia de viajes en Roses. El empresario catalán, que asegura un bagaje de 40 años en el negocio turístico, es categórico al afirmar: «Desde hace dos años nos hemos quedado sin alemanes, que es el turismo que más nos conviene. La causa de todo esto es que han subido muchos los precios y los turistas encuentran otros destinos mucho más baratos. Ahora van a Croacia, que es uno de nuestros principales competidores».

El propietario de una cafetería en primera línea se lamenta del escaso poder adquisitivo de los turistas «Hasta hace tres o cuatro años pedían gambas. Ahora piden patatas fritas, salsa de tomate y se las comen entre tres».

La zona de Roses y Santa Margarita es receptora del turismo francés y español. «Aquí vienen muchas familias, especialmente los fines de semana, de viernes a lunes, de modo que no queda, prácticamente, una cama libre ni un apartamento sin ocupar».

Por lo que pudimos constatar en nuestra breve estancia, a las 13 horas, la mayoría de restaurantes del casco antiguo se hallaban vacíos o con poca clientela, a pesar de los precios relativamente asequibles de los menús, entre 8 y 10 euros de algunos locales. Sólo unos pocos registraban una alta ocupación.

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