e De visita a la isla Miyajima. «Mallorca» Takeda es músico y propietario de un bar ubicado en la quinta planta de un edificio multiuso de la zona comercial de Hiroshima, al que llama «Mallorca», «ya que pasé seis meses en la Isla, para mí un tiempo inolvidable», explica. Con él hemos viajado hasta Miyajima, o Isla Sagrada, por cuyas calles deambulan tranquilamente los ciervos, para conocer aquel paradisíaco lugar y, de paso, contemplar etorii de madera de alcánfor, posiblemente uno de los más emblemáticos de la cultura sintoísta y, por ende, del Japón, que emerge del mar frente al santuario de Itshukushima.
Frente atorii, desde donde se divisa parte de Hiroshima, Takeda considera que «sin olvidar lo que sucedió aquel 6 de agosto, Japón tiene que resolver los problemas que a diario le surgen. No podemos vivir del pasado, sino que hay que seguir caminando, mirando el futuro. ¿Culpables? Creo que los dos bandos tienen parte de culpa. Pero no estoy muy de acuerdo con que la bomba atómica sobre Hiroshima adelantara el final de la guerra. Fue un excesivo precio, ¿sabe?, ya que a cambio se cobró la vida de muchos inocentes».
Al rato, frente atorii, porque, a lo que se ve, por él pasa todo el mundo que a diario visita Mijayima, encontramos al norteamericano John Alvarado, que nos cuenta que trabaja en una ONG, en México, que ayuda a niños de la calle, y que, acompañado de su novia y de otra pareja, pasan una semana de vacaciones en Japón.
Al igual que «Mallorca» Takeda, Alvarado es hijo de un hombre que vivió, aunque a muy corta edad, la explosión de la bomba atómica. «Nos contaron en el colegio que ese episodio fue uno más de los de la Segunda Guerra Mundial, y, bueno, que el lanzamiento de la bomba sobre Hiroshima, más que otra cosa, fue una necesidad para poner punto final a la guerra. Nunca una venganza por el ataque a Pearl Harbour. Desde luego, es un suceso que nadie quiere que se vuelva a repetir», confiesa.
e El alcalde y el viejo soldado. Sasaky es el alcalde de Miyajima, isla de 2.100 habitantes que vive prácticamente del turismo y de quienes visitan su templo, el Itsukushima Shire (2.600.000 turistas al año, de ellos 400.000 extranjeros).
Sasaky nació en 1950. Y como cualquiera de los de su generación, ha oído hablar de la bomba atómica a sus padres. «Seguir lamentándonos de lo que sucedió no conduce a nada. Hemos de intentar que no se vuelva a repetir. Ese es mi mensaje».
En cuanto a las relaciones entre Estados Unidos y Japón, «ahora son buenas. En nuestro país tenemos tres bases suyas, una de ellas muy cerca de aquí. El problema está en que ahora quieren ampliarlas, lo cual incrementará el ruido que producen los aviones a su paso por esta isla».