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Al paso de una gigantesca telaraña

Martha Zein continúa su periplo por el paisaje mallorquín soltando un hilo de seda a su camino

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Este viaje fortalece mis músculos hasta hincarlos en los huesos, pero al tiempo es capaz de hacer que mi ánimo se estremezca con cualquier brisa o con esos restellos del sol sobre la roca seca de La Tramuntana. El hilo teje una gigantesca telaraña que hace unos días capturó a Àngeles Caso, que decidió acompañarme en una de las zonas más espectaculares que he pisado: el camino hasta el faro de Formentor, donde alguien nos había preparado una espectacular puesta de sol. Gaspar Valero y Vicens Sastre, guías de montaña de cinco estrellas, también se han ofrecido a restar hueso a un par de etapas que me quitaban el sueño, de Femenia a sa Calobra, convirtiéndolas en un paseo lleno de historias. Las puertas de la zona militar de Cap Pinar también se abrieron al paso del hilo, de la mano del coronel M -insiste en quedar en el anonimato- que con el firme propósito de «ayudarme en lo posible a cumplir mi sueño» me facilitó un delicioso deambular por la zona. Su pesar por los efectos del temporal de 2001 y la preocupación por la proliferación de cabras que pueden perjudicar la recuperación del pinar están en línea con su determinación de hacer todo lo posible por custodiar los valores naturales de la zona. Resulta difícil encajar todo lo que pasó estos últimos días en este texto, por lo que os invito a visitar www.produccionesorganicas.org para saborearlo.

A lo largo de la semana, me dan fuerza y me emocionan dos citas: la imagen que Àngeles me coló en la dedicatoria de uno de sus libros, que habla de «mujeres que encuentran la fuerza en su propia fragilidad» y la afirmación de Gaspar de que «no sólo los poetas se vinculan emocionalmente con el paisaje: los payeses también lo hacen cuando dicen cosas como mira quin paisatge tan alegre». Gaspar me lo contaba a los pies del Puig Roig, 37 grados a la sombra en un día en que las piernas ya amanecieron hinchadas y que terminó con la sorpresa de un vaso de leche recién ordeñada, preparada con canela y limón de la mano de Joan Figuereta, el joven amo de Can Pontico. Joan encarna valores tradicionales de la payesía mallorquina: alegría, generosidad y orgullo del trabajo bien hecho.

En los momentos más críticos, intuitivamente repito versos de Joan Alcover, convencida como estoy de que un poema tiene la capacidad de curar, igual que los cuentos mecen los sueños de los niños al caer la noche. Porque es cierto que «la balanguera misteriosa com una aranya d'art subtil, buida que buida sa filosa de nostra vida treu lo fi», lo sabe Enrique Gil, el dueño de las casas de Ariany, quien un día después de abrirme las puertas descubrió su finca cambiada por el trazado de una extraña y gigantesca tela de araña y se preguntó qué hacer con ella. Bajo una extraña luz de invierno en pleno julio, no sólo ando sino que redescubro el camino que lleva de las mágicas casas de Cosconar al Morro de sa Vaca. Mis guías me enseñan a marcar con simbólicas fites las abandonadas rutas en las que no hay sombra alguna, en un día razonablemente fresco gracias a un cielo algo nuboso. Una vez en nuestro destino, con los pies lamidos por las olas, miramos atrás con un extraño estremecimiento. Rebobino: la parca, «girant l'ullada cap enrera, guaita les ombres de l'avior i de la nova primavera sap on s'amaga la llavor». El cuerpo se satura. El corazón y la cabeza también. Las noches parecen más cortas y los días infinitas sumas. Necesito descansar con más frecuencia pero sé que esto no se pasa con beber más o dormir sin despertador. Simplemente, es así. Anteayer charlaba con Maria, la dueña de las casas de Cala Bóquer, que a sus 87 años aún sigue enlazando sueños. Ayer descansaba en Lluc y uno de los hermanos, Biel, me recordaba la importancia de gestos carentes de utilidad directa, como el de tender este hilo: «lo que necesita este país es poesía y símbolos». Me dijo que, cuando yo ya esté lejos de Lluc, cada vez que Els Blauets canten «La Balanguera» se acordará del hilo que pasó por el Santuario. Y hoy, siguiendo al pie de la letra los versos de Alcover, me escapo de noche de mi refugio en el camino, y me acerco de puntillas a la boda de una amiga. Porque, «como quien hace un velo de novia, con cabellos de oro y plata» la parca teje, teje, teje.

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