Aunque lejano geográficamente y por su forma de vida, Arabia Saudí es desde hace décadas un país de notable importancia para el mantenimiento del crecimiento económico mundial por constituir el principal proveedor de petróleo del mundo entero. Favorecido por la naturaleza con enormes reservas de crudo, el país acaba de perder al rey Fahd, de 83 años. Pese a la pérdida de este monarca, aliado clave de Estados Unidos y de Occidente, la transición hacia el reinado de su hermano Abdullah será pacífica, porque éste ya dirigía los destinos de la nación desde que en 1995 Fahd sufrió una apoplejía que le dejó impedido.
En estos días la realeza y los líderes de distintos países despiden al rey saudí y aprovechan para estrechar lazos con su sucesor, pues Occidente se juega mucho en sus relaciones con este punto caliente del planeta.
No sólo el suministro de petróleo podría estar en jaque si hubiera una crisis diplomática, sino que además el alto grado de desempleo que sufre Arabia Saudí puede constituir un terreno abonado para el reclutamiento de voluntarios en las filas del terrorismo islámico que lidera Osama Bin Laden, saudí también.
De hecho, la posición adoptada por Arabia Saudí durante la crisis estadounidense con Irak fue determinante para el desarrollo posterior de los acontecimientos y contar con el apoyo de este reino resulta clave para la tranquilidad occidental en una zona complicada.
Abdullah garantizará la continuidad de la actual política de producción petrolera -el crudo está nacionalizado en el país desde hace treinta años- dirigida a satisfacer a los mercados y a estabilizar los precios, disparados desde hace unos meses, una línea que conviene al desarrollo mundial, especialmente para la emergente economía oriental.