La angosta ensenada de Cala Figuera de Santanyí, el puerto pesquero más pintoresco de Mallorca, ha sido desde siempre un tradicional motivo de inspiración para pintores cautivados por el paisaje costero mallorquín, como Bernareggi, quienes plasmaron en sus lienzos la belleza del Caló den Busques y el Caló den Boira, donde se alinean los escars en los bajos de sus casitas de piedra rodeadas de llaüts.
Un paseo peatonal sobre tablas de madera colgadas en las rocas o cortado a pico sobre el acantilado permite al visitante recorrer todo el perímetro de esta ria en miniatura que aún conserva una tranquilidad ancestral. Un lugar inmerso en la quietud donde corren los cangrejos por sus remansadas orillas festoneadas de pinos y balcones que asoman su pincelada de verdor y rústica arquitectura sobre sus aguas con olor a salitre.
Un puerto al abrigo de un espigón barrido en ocasiones por los temporales cuya historia se remonta a la época medieval y que, pese a la irrupción del fenómeno turístico, aún puede contemplar la salida diaria de sus barcas de bou en pos de un pescado que se recibe en la nueva lonja, rodeada por las redes puestas a secar.
Tambien se puede cenar en las terrazas de los restaurantes ubicadas a modo de mirador panorámico sobre la cala o sentir en otoño el rumor del oleaje y el estallido de los rociones en la bocana rompiendo sobre los peñascos en torno a la histórica Torre den Beu, levantada en 1569 para vigilar la amenaza permanente de los piratas cuyas incursiones se prolongaron hasta el siglo XIX.
Gabriel Alomar