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Editorial

Consumado el escándalo

Ya es una realidad. A pesar de que los implicados en el turbio escándalo político de Calvià tenían ayer la última oportunidad para dar un vuelco a la situación y encontrar una salida digna al desaguisado creado por el tránsfuga de UM, Joan Thomàs, el pleno siguió el curso previsto y se consumó la recepción de las dos urbanizaciones de la familia Nigorra en Santa Ponça a un precio de ganga.

Por el momento el «Calviagate» no ha salpicado a gran escala a los partidos a los que atañe, PP y UM, aunque la próxima semana el grupo nacionalista se reunirá para analizar en profundidad el problema y decidir si mantiene en pie el pacto alcanzado tras las municipales de 2003 en la localidad y que ahora pierde sentido: el PP, con sus diez concejales y el apoyo del tránsfuga, ya no necesita el respaldo de UM; y el PSOE, con el apoyo del único edil nacionalista no alcanzaría una mayoría relevante.

Hasta ahora, desde la dirección del PP se ha manejado el asunto como una cuestión local que debe resolverse en el seno del municipio, pero la realidad es que los efectos podrían amplificarse afectando al conjunto de los pactos PP-UM existentes a otros niveles, lo que tendría repercusiones mucho mayores. No parece que UM vaya a permanecer impasible ante esta afrenta, pero es posible que deje pasar un tiempo antes de tomar sus decisiones.

Al margen de ello, otro aspecto muy a tener en cuenta es lo que costará a cada ciudadano de Calvià la sustancial rebaja que el alcalde de Calvià, Carlos Delgado, ha hecho a su amigo personal, el hijo de Miguel Nigorra. Curiosamente, quienes van dando lecciones de decencia política tienen que recurrir a un tránsfuga -poniendo en una delicadísima posición a su propio partido- para favorecer los intereses de una familia de terratenientes. ¿Es más fuerte la relación de Delgado con los Nigorra que con la dirección del PP balear?

Al final, a los ciudadanos les queda la sensación nítida de que lo único que importa es el negocio y los intereses particulares de personas influyentes, a cuyo servicio parecen estar algunos políticos.

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