Recelan del que llega con una libreta en la mano, de cualquier factor externo. Se cuentan por decenas y se agolpan en la acera del Paseo Mallorca hasta los accesos de la Policía Nacional. Son las 23.30 horas y saben que será una noche larga, dura. «Ahora nos lo tomamos con humor, ya veremos más tarde», espeta una de las inmigrantes que aguarda en la cola para regularizar su situación. La ventanilla no se abrirá hasta las 08.00 horas de la mañana y todos ellos redactan un discurso de irritación: «Somos humanos y tenemos los mismos derechos que los demás. Lo único que pedimos es una mejor organización, más policía». Mientras, dos sudamericanas han sacado de la mochila un cuaderno e improvisan dos listas. «Hay gente que se está colando, tenemos que organizarnos», asegura una de ellas.
Algunos llevan muchas horas esperando. El primero de la fila ha llegado a las tres de la tarde y nos dice que cuando la cola engorda es «a partir de las cuatro y media. El problema es que los policías echan a los primeros que llegan porque se apoyan contra la pared; luego llegan otros y se acumulan en la entrada. Por eso se hacen las listas». Los primeros son debutantes, se estrenan en estas engorrosas tramitaciones. Permisos de residencia, obtención de visados... El sueño de seguir habitando en España. «Cada año pasa lo mismo, es increíble. En ocasiones nos ha sucedido que hemos llegado a la ventanilla y nos han dicho que volviéramos al día siguiente, que cerraban», aseguran indignados.
Se han traído hamacas, improvisan corrillos y charlan de sus cosas. Otros, en cambio, apenas pueden sostener el cansancio y esconden su cabeza entre las piernas mientras tratan de dormitar algo. Muchos de ellos han trabajo durante todo el día y la espera se les empieza a caer encima. «Es mucho peor en invierno, ahora todo se hace mucho más llevadero». Harán cola, en silencio, cansados, hastiados, hasta que un papel sellado les devuelva la sonrisa.