Los príncipes de Asturias han finalizado su primera visita oficial a una comunidad autónoma, tras cinco intensos días de idas y venidas por ciudades, pueblos, instituciones y entidades de todo tipo en Mallorca, Menorca, Eivissa y Formentera. El balance es muy positivo, aunque quizá podría criticársele al Govern lo apretado del programa, que impidió a la princesa Letizia asistir a todos los actos, así como algunas ausencias y la lógica imposibilidad de asistir a puntos a los que muchos hubieran deseado que llegaran. Sin embargo, el hecho de que Mallorca sea precisamente la residencia oficial de verano de los Príncipes propiciará esporádicas visitas puntuales en años venideros a rincones e instituciones de la Isla.
Por lo demás, tanto don Felipe -que nos conoce de antaño- como su esposa han tenido la oportunidad de ver de cerca unas Balears seguramente desconocidas. La agricultura, el turismo, el medio ambiente, la cultura y las obras sociales se han sucedido a lo largo y ancho de una visita que ha tenido como momentos cumbre los baños de multitudes que las ciudades de Inca y Ciutadella ofrecieron a la pareja real, recibida como mucha más tibieza en Palma.
Pero don Felipe nos conoce y nos comprende. Sabe que el carácter de los mallorquines se destaca por su discreción y su laisez faire, aunque siempre, eso sí, dotado de un gran sentido de la hospitalidad. Por eso los Príncipes se habrán sentido aquí, una vez más, como en casa. Arropados por el cariño popular, pero dejándoles ese espacio necesario para la tranquilidad. Aquí han recibido las primeras -y muy efusivas- felicitaciones por su futura paternidad y de aquí se llevan también los primeros regalos para el bebé. Quien está llamado a ser la cabeza visible del Estado español en unos años habrá comprendido mejor en estos días que Balears conforma una realidad compleja, donde la riqueza generada por el turismo no alcanza a todos y donde el privilegio de ser unas islas a veces se convierte también en una clara desventaja.