Esta mañana, Oli y Tolo Calafat han iniciado la marcha hacia el campo II, a 6.400 metros de altura. La idea inicial es reunirse allí con Tolo Quetglas, quien llegó a este campo de altura ayer al mediodía, y seguir ruta hacia el campo III, a 7.200 metros; aunque también es probable que el otro Tolo se adelante a la jugada de sus compañeros y vaya un día por delante. Sin embargo, éste es el inicio del segundo periodo de aclimatación, que tiene que permitirles estar en perfectas condiciones para hacer cumbre la próxima semana, entre el 18 y el 23 de mayo, y lo importante es ganar altura, juntos o separados. Como ellos suelen repetir, «ya llegará el momento de hacer piña».
Siempre que el tiempo lo permita, los expedicionarios mallorquines podrán haber alcanzado entre el jueves y el viernes las «banderas amarillas» -conocidas así por el color especial que le otorga el tono limón en la roca-, muy cerca del Cuello Sur (8.000 m) y por encima de la Espuela de los Ginebrinos. Esta travesía hacia la pared del Lhotse se inicia en el campo III y supone una auténtica prueba de fuego para comprobar el grado de adaptación a la altura de todo aquel escalador que tenga intención de subir la montaña más alta de la Tierra. Muchos no consiguen superarlo y se ven obligados a abandonar.
En principio, las condiciones físicas de los miembros de la
expedición son óptimas. Aunque la atmósfera de «la fiebre de la
cumbre» que se ha extendido por todo el campo base ha empezado a
minar la moral de algunos de los miembros del grupo. Tolo Calafat
es el más impaciente de los tres y se desanimó mucho al ver que
algunas expediciones habían adelantado sus planes de hacer cumbre
para este fin de semana -aunque las previsiones lo desaconsejan-,
mientras que ellos han apostado por la «ventana» clásica de
mediados de mes de mayo. Pero tanto Oli como el otro Tolo piensan
que lo mejor es actuar con juicio, ir paso a paso y seguir la
agenda marcada.
Un paseo de un par de horas ayer por la mañana hasta Gorak Shep
ayudó a Tolo Calafat a recuperarse de su estado de ansiedad. Ahora
mismo, cada decisión que se tome es importantísima y puede
determinar el curso de la expedición. Por suerte, la unidad entre
los tres escaladores es, hoy por hoy, inquebrantable. Forman un
equipo sólido y bien cohesionado, juicioso y con las ideas muy
claras. A pesar de eso la tentación es constante. No pasa una
mañana que no vigile por la tienda comedor de los escaladores
mallorquines algún miembro de otras expediciones comerciales o
internacionales con intención de comparar las informaciones
meteorológicas. Pero eso es el campo base del Everest, una ciudad
de nylon a 5.360 metros donde es muy fácil perder la cabeza. El
secreto es actuar con juicio, no dejarse llevar por corrientes
coyunturales y seguir una estrategia bien definida.
Joan Carles Palos