Tal vez nunca como hoy, un hoy que ya está durando más de 25 años, los ciudadanos de Palma no habían sufrido tal cerco de vallas y andamios. Los hay por todas partes. Vayas a donde vayas: valla, que son sinónimo de obras; y las obras, sinónimo de molestias, y para los ciudadanos que hayan cumplido un cuarto de siglo de edad, o menos, habrá supuesto toda una vida de incomodidad.
Si Roma es recordada como «la ciudad eterna», Palma está siendo conocida como «la ciudad de la eterna obra», porque es como si los que gobiernan en el Ajuntament, en sus diferentes tendencias políticas, ignoraran el concepto de «ciudad terminada», y por eso van abriendo una zanja por allí, ponen unos tubos por allá, y construyen un aparcamiento subterráneo por acullá; pero todo esto sin un planeamiento global de la ciudad, como si se empeñaran en poner parches al plan del ensanche de 1901, que hizo que la ciudad creciera radial al centro.
La nómina de las grandes obras se compone de Parc de ses Estacions bis, el Parc de sa Riera, el soterramiento del tren, que justificará una nueva «autovía ciudadana» en Jacint Verdaguer para que los coches puedan correr y los ciudadanos no puedan vivir; el aparcamiento de Antoni Maura, el de Marqués de la Cènia, el de sa Gerreria, además de las obras en las autovías central y a Manacor. Pero también hay que contar con todas las que se hacen en las calles del interior, en número tal que sería recomendable que para salir a la vía pública los ciudadanos llevaran el casco puesto para evitar accidentes.