En la montaña puedes pasar de ser muy buen amigo a convertirte en un auténtico hijo de puta», lamenta Joao Garcia. Después de salvar de la muerte segura a un alpinista español mientras intentaba coronar el año pasado la cima del Hidden Peak (8.100 m.), en el macizo del Karakorum (Paquistán), este escalador y guía de alta montaña portugués de 36 años vio cómo, una vez recuperado de un mortífero edema cerebral, el afectado le giraba la espalda al mismo tiempo que despreciaba su cuerda para asegurarse en la bajada.
En el 99, Joao perdió las falanges de los dedos y la nariz a causa de las congelaciones que sufrió intentando rescatar a su compañero, el belga Pascal de Brower, en la norte del Everest. A pesar de eso, ha vuelto al Himalaya, donde ha coronado el Cho-Oyu, Pumo Ore, Island Peak y Daulaghiri, entre otros, ahora su objetivo más inmediato es el Lhotse (8.516 m.). Por otra parte, tenemos a Vern Edward Tejas. Este alpinista canadiense de 52 años y guía profesional de la empresa Alpine Ascents International ha coronado el Everest cuatro veces. Ahora acompaña a un grupo de doce personas que han tenido que abonar 60.000 euros cada una para poder conquistar el sueño de su vida: el Txomolugma/Sagarmatha.
A Edward tanto le da describir apasionadamente cómo se debe afrontar el «techo del mundo» para conseguir el éxito seguro de la empresa -«el secreto es ir sin prisas y no enredarse demasiado en la cascada de hielo del Khumbu»-, como calcular fríamente con los dedos de la mano el número de clientes que abandonarán antes de hacer cima, «unos seis». Joao y Vern representan las dos caras de la montaña: por una parte, la de las historias anónimas de solidaridad y entrega; y por la otra, la de las expediciones comerciales, aquellas que prometen todo aquello que el dinero puede comprar. Éstas son algunas de las historias que nacen en el transcurso de unas improvisadas y animadas conversaciones en torno a un té nepalí a los pies del Himalaya. Los componentes de la expedición mallorquina al Everest, «Jopela», «Oli» y «los dos Tolos», pudieron compartir ayer unos instantes con estos dos peculiares personajes y valorar las diferentes perspectivas de la montaña como una manera especial de vivir y entender la vida. Los encuentros se produjeron sucesivamente entre Dingboche y Lobuche, una marcha de cuatro horas y hacia seiscientos metros de desnivel que los situó en tan solo tres jornadas del Campo Base. El grupo ya ha alcanzado los 5.000 metros de altura, momento en el que conviene descansar un día para asegurar el proceso de aclimatación y continuar la marcha antes de empezar el ataque a la cima.
Joan Carles Palos