Días atrás falleció en Palma Gaby Mackinnon. Modelo. Mujer elegante y bella, primero en cuerpo y rostro, y siempre en alma. Su corazón, grande para con los demás, le falló hace unos días, a los 91 años, yéndose de este mundo tal y como vivió en la recta final de su vida, de puntillas, en silencio y sin molestar a nadie. En la década de los 30, además de proclamarse Miss Inglaterra, Gaby llegó a alcanzar cerca de treinta títulos más que tenían que ver con la belleza y la elegancia de las que hizo gala hasta sus últimos días de existencia, pues nonagenaria ya, seguía teniendo algo que la hacía diferente. Gaby, que llegó por primera vez a Mallorca en 1951, como turista, y que volvió dos años después, siempre al mismo hotel, el Mediterráneo, conoció por casualidad al que sería su esposo, un norteamericano, también de vacaciones en Mallorca, que se hospedaba en el Fenix.
Gabriela, la única hija del matrimonio -vive con su esposo y tres hijos, en Estados Unidos-, recuerda que su padre iba de un hotel a otro «nadando, pues en aquellos años, donde hoy está el Paseo Marítimo, era mar». Mucho antes de estas fechas, Gaby poseía en Londres una agencia de modelos que tenía inscritas a más de trescientas maniquíes, con las que realizaba en distintos lugares muchos desfiles a lo largo del año. Desfiles en los que ella participaba. Un buen día fue descubierta por Christian Dior, que la contrató, y desde entonces, y hasta que se retiró, se convirtió en una de sus modelos preferidas y más solicitadas. «Una vez retirada, y casada con mi padre -cuenta Gabriela- se establecieron definitivamente en Palma. Tenían la casa en Cas Català, cerca de la de Errol Flyn, buen amigo de ellos, especialmente de mi padre. A poco abrieron en la calle Jovellanos 'Gabi Couture', un salón de alta costura de mucho prestigio en el que se vistieron, entre otras, La Begum y Grace de Mónaco, una boutique y una agencia de Perlas Majorica, que exportaba muchas joyas a Estados Unidos. Fueron negocios que funcionaron muy bien, que llegaron a tener hasta cien empleados, pues el de alta costura tenía talleres en Palma y en Barcelona, y que vendieron a principios de los 70.
«La clave de que los negocios les fueran bien, es que mi padre, que era licenciado en administración de empresas, llevaba muy bien la administración de los mismos, mientras que mi madre se encargaba de la imagen y de las relaciones públicas». Liquidados los negocios, Gabi se dedicó a las obras de caridad mientras que su marido perfeccionaba su swing, convirtiéndose en un apasionado del golf. «Mi madre ayudó al Temple, a los ancianos, a los autistas, a la gente necesitada... En los sótanos de la Iglesia anglicana de Palma montó una tienda de ropa cuyos ingresos por ventas los destinaba al templo. También colaboró con sociedades protectoras de animales. Por su altruismo, recibió de la reina de Inglaterra la medalla de los Miembros del Imperio Británico, o MBE; la reina de España le concedió un premio de la Cruz Roja, con la que también colaboró».
Pedro Prieto