Joaquín Sastre se llevó un día a su novia a Marineland. A Carolina,
cuando se lo dijo, le encantó la idea de pasar una tarde en el
delfinario, «ya que -según nos explicó- tiene delfines de todos los
tamaños y colores en su cuarto». Delfines de papel, en fotografías
o en dibujos, «que no al natural», aclaró. «En estas situaciones
uno tiene que contar con varios cómplices. Y yo los tuve. Por una
parte, Debora, la entrenadora, a quien cuando le conté mi idea le
encantó, por lo que se puso a preparar los delfines para que
hicieran, sin fallos, lo que pretendíamos: que dos llevaran a otro
entrenador que portaría una cartel en el que se leería lo de
'Carolina, ¿quieres casarte conmigo?'; que otros dos tirarán de la
barca en que iría su primito con la caja del anillo; y que otro
cruzara la piscina con una flor para entregársela a ella. También
tuve de mi lado a su padrino, su novia y los dos primos de
ella».
Y llegó el día, y se fueron los seis a Marineland. Todos los que lo
tenían que saber, lo sabían, excepto ella, que no tenía ni idea de
lo que iba a ocurrir en un futuro inmediato.
Comenzó el espectáculo, y al ratito aparece el cuidador sobre dos delfines con el cartel alzado. Al principio, Carolina no entiende nada. Está tan sorprendida que hasta que no lo tiene delante de ella piensa que a lo mejor todo eso es por otra. Pero no, es la para ella. «¿Para mí? -exclama y vuelve a leer la pancarta- y... ¡Claro que quiero casarme contigo!», le dice a Joaquín, quien le pide que siga atenta a la piscina, «pues hay más».
El primito, que casualmente había sido elegido por otros cuidadores entre los demás niños para que se subiera a la barca a fin de darse una vuelta por la piscina empujado por los delfines, llevaba consigo la cajita con la sortija de pedida. Una vez que los delfines le dejaron frente a ella, se la entregó. Enseguida llegó el otro delfín con la rosa y... Carolina, aún asombrada, abraza a su novio y le besa. Y éste, a quien el padrino le pasa la botella de cava, la descorcha y sirve a todos, que brindan por la felicidad de la pareja que se casará en agosto, en Santa María, en cuya iglesia el novio restauró el altar.
Pedro Prieto